La cultura europea, se quiera o no, es cristiana; y ello impele a que muchas personas conozcan textos y citas bíblicas que las prodigan a tiempo y a destiempo. Conscientes de esta realidad, algunos publicistas poco escrupulosos, hurgan en los Evangelios buscando materia cuando les falta inspiración. Saben que la blasfemia en una sociedad cristiana siempre es escandalosa, y que el escándalo VENDE.
Por ejemplo, hace años los publicistas de la Wolsvagen lanzaron por las calles de París y en el resto de Francia 10.000 anuncios en los que se imitaba la última Cena de Cristo con los apóstoles, poniendo en labios del Señor estas palabras: “Amigos, alegrémonos porque el nuevo Golf ha llegado”. Los obispos franceses fueron valientes y emprendieron acciones legales contra la desgraciada multinacional alemana. A conciencia digo “desgraciada” a esta empresa. Cuando se blasfema el perjudicado no es Dios, sino el propio blasfemo. Recordemos a los fabricantes del célebre Titanic que al botarlo escribieron: “Ni Dios me hunde”. Se quebró contra un iceberg en su primer viaje. Los blasfemos se hunden a sí mismos. No necesitan que nadie les empuje.
Crean de verdad que no es rentable tomar el nombre de Dios en vano.
Jaime Solá Grané