Cuentan de Sarasate, el violinista español de fama mundial, que al celebrarse una fiesta en el casino de un balneario del Norte –creo que Zaldívar- se encontró en la puerta con un ciego tocando el violín. Para realizar una colecta a favor del mendigo, le pidió Sarasate su instrumento y entre las delirantes aclamaciones del público se puso a tocar. Cuando el artista devolvía el violín al ciego, decía éste muy impresionado: “Señor, no es posible que haya sido mi violín el que ha sonado así”. Al leer esto, recordé aquello de san Alfonso María de Ligorio, que ya muy viejo, le leían un día una de su obras. Exclamó algo así: “Debe ser un santo quien ha escrito esto”, sin recordar que lo había escrito él.
Es verdad que casi todos los santos, al recordar en su vejez el bien que han hecho, perciben claramente que no han sido ellos sino Dios quien ha “tocado el violín” que diría el mendigo. “Es imposible que esto lo haya hecho un hombre”, seguramente diría Juan Bosco en su vejez viendo su inmensa obra. Y si esto dicen los Santos, ¿qué dicen los convertidos?
Nadie como un convertido conoce la miseria del corazón entregado a las pasiones. En el libro PARA VENCER AL DEMONIO se ha explicado el retorno a Dios de varios convertidos, como Huysmans, que de gran pervertidor pasó a dar públicamente testimonio de la sinceridad de su fe; o como el danés Joergensen que había llegado a fundar un club revolucionario llamado Lucifer, que convertido, exclamó: “Lo que impide hacerse católico es el amor propio, el amor a lo pasado. Las dos potencias, el Ángel del Señor que parece conducir a la muerte y lleva a la vida, frente al demonio que promete la vida y lleva a la muerte”; el financiero americano Juan Moody, o Teodoro Ratisbona, o Pablo Feval, o Illemo Camelli, o el mismo Papini, que había “querido barrer de una vez el Cristianismo de la faz de la tierra y borrar en la humanidad hasta el último recuerdo de Cristo”, y que por fin pudo exclamar el encontrar a Jesús: “¡Encontré el puerto!”, todos reconocen que es Dios quien ha recompuesto el viejo violín y ha sido capaz de tocar la deliciosa sinfonía de su conversión.
Jaime Solá Grané