Caminando por la plaza Artós de Barcelona observé que delante mío iba una pareja de jóvenes, él con el rosario en la mano, con naturalidad y sin respeto humano. Y recordé lo que predicaba san Juan Bosco a sus muchachos: “El hombre a veces no teme hacer frente a los cañones, no tiene miedo a las armas, a las fieras, al mar borrascoso, ni a los viajes a través de inmensas florestas o desiertos; en cambio, no tiene valor para vencer un simple y cobarde respeto humano. ¡Le asusta una burla, una sonrisa maliciosa!”
Son muchas las ocasiones que, sin alcanzar la meta de llevar por la calle el rosario en la mano, obligan al católico a dar testimonio de su fe. Recuerdo que un Miércoles de Ceniza fui invitado a un gran banquete que dio en Barcelona el lendakari del País Vasco. Asistieron muchísimas personas. A pesar de ser día de ayuno y abstinencia se sirvió carne en abundancia. Que yo sepa sólo una persona quiso observar la abstinencia. Se trataba simplemente de obedecer una ley de la Iglesia.
Ay del que se avergüence de ser seguidor de Jesucristo pues cuando Él venga con su majestad, también Él lo negará como seguidor suyo. “Al que me confiese ante los hombres, también Yo lo confesaré ante mi Padre que está en los cielos”
La fortaleza para vencer el respeto humano no se improvisa. Por esto, me gustó la fortaleza de aquella pareja de jóvenes con el rosario en las manos. ¡Santo aprendizaje!
Jaime Solá Grané