Cuando en una familia reina la soberbia reina la incapacidad para perdonar. Cuando reina la soberbia, el demonio se vale incluso de prácticas piadosas para engañar.
Dios Padre es Bondad. Nada tan alejado de la bondad, y por consiguiente de Dios, cuando un miembro de una familia por pecador que sea, es arrojado del seno de la familia con la razón de auto proteger la familia o bien por aquello de “bien merecido lo tiene” por causa de su pecado. El hombre es soberbio cuando es incapaz de perdonar y cree ver en el arrepentimiento una maniobra para recuperar una posición perdida. En cambio, el humilde olvida siempre las faltas a la vista de la desgracia del pecador. El humidel sabe perdonar.
La familia que perdona a un miembro arrepentido debe hacerlo con la bondad que alienta. La afabilidad, la indulgencia, una afectuosa acogida cuando entra en casa, consecuencia de la bondad del auténtico cristiano.
Me decía un miembro repudiado por su familia: “Cuando voy, me tratan como a un perro”. Esta repugnancia, esta falta de perdón no es otra cosa que soberbia, quizá muy bien encubierta. Me recuerda lo que escribió León XIII: “No digas como algunos: Dios me libre de odiar a aquella persona; pero no puedo verla junto a mí, ni quiero absolutamente tener nada que tratar con ella. Ten por seguro que tal repugnancia procede de soberbia, y de no haber vencido con las armas de la gracia la naturaleza orgullosa y el amor propio”.
No dudo que una familia, si es católica, cuando vence el orgullo y se rompe, da un claro triunfo al demonio.
Jaime Solá Grané