El sabio cree cada noche, cuando se acuesta, que baja a la tumba. Se abandona a la Providencia y pone su alma en manos de Dios como si no debiera de levantarse jamás. Piensa que muy pronto, extendido en un ataúd, expiará en un silencio imperturbable las conversaciones que tuvo inútilmente… Un gran Santo aconsejaba que cuando uno se acuesta tome la postura de un difunto.
Después que uno ha muerto lo mismo tiene que haya habitado una cabaña o un palacio, haberse llamado Jaime o Monseñor… Corremos en pos de una inmortalidad quimérica, cuando trabajamos para merecer el honor de hacer ruido en el mundo… La posteridad no es más que una bella quimera con respecto a los que vivimos; y cuando habremos muerto no podremos oir lo que ella dice…
¿Qué vienen a ser todas las famas del universo? ¡De cuánta multitud de habitantes se compone el solo imperio de China! Y ellos tampoco han oído ni oirán jamás el nombre de nuestros héroes…
La inmortalidad de los mundanos no es más que una falsa inmortalidad, y todo lo que depende de esta tierra, de la movilidad de los espíritus, de las pasiones y de las preocupaciones, no mes en realidad sino una ilusión que nos engaña.
José Mª Geramb