Es la hora de la Justicia Divina. Los gobernantes se imaginan que van a detener el brazo ejecutor de la Justicia Divina mediante decretos y órdenes. Tienen bajo su poder a una multitud de policías y periodistas que impondrán su fuerza a los súbditos, por si a alguno se le ocurriera rebelarse. Este gran poder les obnubila de tal forma que se extrañan que la misma Pandemia , brazo ejecutor de la Justicia Divina, no les obedezca. Confinamiento total en vano. Estado de alarma en vano. Toque de queda en vano. Estado de excepción en vano. Oh, si pudieran declarar la guerra y que las bombas y las balas destrozasen la Pandemia, ¡con qué afán demostrarían su poder! Pero Dios se ríe de estos gobernantes terrestres y se vale de un insignificante virus para hacer que toda la Tierra tiemble.
¿Qué podéis contra Dios, insignificantes poderosos de la Tierra? Nada.
Os voy a confiar un secreto. Puede más contra el virus una simple, ignorante, monja de clausura rezando y sacrificándose que todas vuestras leyes y sanciones. Vuestro orgullo os ciega. Mejor, vuestro orgullo os hace decir: “¡No quiero creer en Dios!” Si al menos fuerais ciegos no tendríais culpa. Pero queréis ser autosuficientes y Dios os castiga. Y estamos solo al principio. Este castigo continuará para la inmensa mayoría en el Infierno. Allá sí que habrá un confinamiento sin esperanza. Una inacabable explosión de odio y de ira.
Dios nos ha querido mostrar con este castigo que ahora sufrimos que la vida atea, hedonista, deshonesta, infame que vive el hombre, tiene un trágico final, Todos podemos entenderlo. Pero estoy seguro que cada uno y así la práctica totalidad de los hombres, responderán a la luz divina: “¡No la quiero! Quiero seguir ateo, deshonesto, ladrón, lujurioso, blasfemo,,,”
Jaime Solá Grané