Cuando en 1998 N C publicó el libro INFIERNO, UNA ETERNIDAD DE DOLOR A LA ESPERA recibimos toda clase de comentarios. Fue una pequeña noticia dentro del ámbito clerical, aunque la mayoría optó por el silencio. Algunos nos advirtieron: “La Iglesia no puede decir que alguien se haya condenado”. El año pasado lo reeditamos con varias correcciones y añadidos con el título INFIERNO, LUGAR DE TORMENTO, pero esta vez, aunque la corta edición se ha agotado, el silencio ha sido total.
Nosotros seguimos con la idea expresada por san Antonio María Claret que fue también recogida en otro libro, agotado de N C, que se llama REVISION DE VIDA. Decía el Santo:
“Todo lo que los condenados podrán desear en este cúmulo de males, será ser aniquilados; a esto les llevará, aunque inútilmente, su desesperación y su rabia. Caminarán a la muerte y a la nada con una impetuosidad desmedida, y no podrán llegar a ella; aborrecerán su vida y su ser, y no podrán destruirlos; morirán y vivirán al mismo tiempo; caminarán a no ser, y subsistirán para sentir este dolor sin interrupción y sin fin. Estas cosas son terribles al leerlas, pero ¡cuánto más terribles serán a los que las padecieran! ¡Sufrir tanto y siempre! ¡Sentir en cada uno de sus males el peso de la eternidad! Esto es para los condenados un aumento de dolor que no se puede explicar.”
“Cualquiera que no despierte al ruido de este trueno, no está dormido, está muerto y es insensible . Sí, pecadores, si este temor del Infierno no os convierte, ninguna cosa os convertirá. Bien sé que el libertinaje acostumbra oponer a esto una cosa que no denota sino cruel desesperación y una espantosa infidelidad: que predicamos el Infierno y hablamos de él como si nos hubieran venido grandes noticias de aquella región; y que no obstante desde que el mundo es mundo nunca ha vuelto ninguno a decirnos lo que pasa en él. Así hablan los ateístas en el libro de la Sabiduría, y nosotros hallamos hoy demasiados que hablan del mismo modo. ¿Tú no crees en el Infierno? Eres luego un infiel que no crees ni a la Sagrada Escritura, ni a la Iglesia católica, ni a los santos Padres, es decir, has renunciado a la Religión que propone recompensas a los buenos y castigos a los malos”.
Jaime Balmes se dirigí a un descreído que tampoco creía en la existencia del Infierno. “Como quiera, dentro de medio siglo, la cuestión estará prácticamente resuelta para los dos…pero si usted tiene la temeridad de aventurarse a lo que pueda suceder, me quedaré llorando su funesta ceguera, suplicando al Señor se digne iluminarle antes no llegue el día de la ira, en que a la presencia del Juez supremo velarán su faz los ángeles tutelares, no sabiendo qué alegar en descargo de usted para librarle de la tremenda sentencia”.
La ventaja de los Santos es que, al imitar a Jesús, hablan claro y todos podemos entenderles.
Jaime Solá Grané