Desde el inicio del siglo IV Armenia es una nación cristiana. Jesucristo, Hijo de Dios, se valió de Gregorio, el Iluminador, para forjar un Estado, el primero, que se declaró cristiano. En el transcurso de los siglos, la Gran Armenia tuvo que soportar el acoso de los pueblos vecinos, especialmente de los turcos; vio reducida su extensión, y su población que se vio obligada a emigrar, culminando todas las desgracias y vicisitudes con el genocidio tan conocido, por obra de Turquía, el primero del siglo XX.
Armenia ha demostrado que es un pueblo que sabe morir en defensa de su Fe y de su patria. Lo acaba de demostrar una vez más en la guerra de Nagorno Karabaj República de Arstaj, que empezó a finales de septiembre pasado. Me interesa resaltar que, junto al heroísmo de soldados y civiles, estaban los sacerdotes, e incluso algún obispo, en la vanguardia donde moría la juventud. Como auténticos pastores han celebrado allí el sacrificio de la santa Misa, han dado la Comunión, han rezado el santo Rosario, e incluso han bautizado. En primera línea. Como decía el obispo armenio Bagrat Galstanyan que dormía, en la vanguardia, al raso al lado de los soldados: “Creemos en la resurrección y seguimos los pasos de Nuestro Señor, y también creemos en la lucha y la defensa de nuestra dignidad, de nuestros derechos humanos”. “Hay cientos de civiles heridos y cientos que han perdido la vida. Los visitamos, hacemos funerales, rezamos con los escondidos, les llevamos comida. Estamos para todo lo que necesiten”.
Europa no ha ayudado a esta pequeña nación que es el muro de contención del fanatismo musulmán. El error de los armenios es creer que defendiendo su territorio defienden la civilización cristiana, siendo así que Europa no es cristiana, sino atea y hedonista. De ahí que el silencio de Europa sea la respuesta a tanto heroísmo armenio. Ni siquiera ,los pocos cristianos que hay en Europa han reaccionado.
Si por lo menos aprendiésemos de los sacerdotes y obispos de Armenia a predicar con el ejemplo…
Jaime Solá Grané