Muchos dicen: “Señor, auméntame la fe», pero la Fe no es un grito, un santo anhelo, sino una dura ascética diaria. ¿Cómo Dios aumentará nuestra fe, si es un don gratuito suyo? Pedirlo, porque no es un don gratuito que dé sin esfuerzo del hombre, que debe pedirlo. Primero, orando con humildad. Después con una constante purificación de los sentidos. Quien de verdad no tenga un programa, sujeto a examen diario, de cómo ir cercenando lo malo y abonando lo bueno, no hace mucho para aumentar la fe. La fe no es un deseo, es una acción purificadora.
Derivado de fe es fidelidad, la cual se muestra en la evitación de las faltas, no en arrobamientos que en general son ansias de consuelo. No es fiel el que no evita la imperfección.
Consecuencia de la fe es la acción, el bien que se obra, y el milagro diario de vivir la gracia de Dios, de servir al prójimo, de cumplir el deber, en fin de corresponder a Dios. Es la santidad de la verdad: situarme en el lugar que me corresponde, y ver a Dios en su lugar.
Es la parábola del siervo inútil. Dios podría habernos creado o no, mantenernos en vida o no, darnos su gracia o no. El hombre que no se acepta como siervo, se subleva contra esta parábola porque sitúa a Dios en su verdadera relación con el hombre. Una parábola que golpea de frente nuestro orgullo.
Cristo quiere que no exijamos lo que no se nos debe. Frente a Dios no tenemos derechos. ¿Qué saca Dios de nuestros «servicios»? Nada. Gratuitamente hemos sido llamados a la fe. Nosotros ponemos nuestra disposición, pero es Él quien hace que nuestros actos le sean agradables si se ajustan a sus mandamientos. Por tanto, ¿de qué podemos alabarnos si al final del día estamos satisfechos del agotamiento? El mismo cansancio es don de Dios. Cumplir la obligación de siervo es lo propio nuestro. ¡Qué lejos está todo esto del ideario del mundo que pregona los «derechos del hombre cuando en realidad debería proclamar los «deberes del hombre»!
Conviene meditar la parábola del siervo inútil para no tratar a Dios con espíritu mercenario o pasarle factura. Es oportuno meditarla porque hoy representamos a Dios como un Papa Noel, un padre bonachón. La justicia de Dios es terrible. Todo pecador llega a hijo pasando primero por siervo, y hoy pretendemos todos ser reconocidos como hijos de Dios sin haber pasado por la purificación de nuestros pecados, que es el estado servil. Cuando Dios quiera ya nos dará el abrazo de Padre. ¿No será que meditamos mucho sobre la misericordia de Dios y muy poco sobre su Justicia?