A) Los sacerdotes deben ser conocidos.
El sacerdote debe ser fácilmente identificable. Parece que hoy el sacerdote va de incógnito por las calles, por los transportes públicos… Muchas veces no podemos identificarlo como tal porque no lleva distintivo alguno. Puede ocurrir que uno vaya a una Iglesia para participar en la Santa Misa y el sacerdote que celebra es la persona que poco antes te has cruzado por la calle. Igual sorpresa puede tener uno si va a confesar. Mucho puede extrañar que el sacerdote sea un desconocido.
B) Los sacerdotes deben ser diferentes.
Los aparatos de televisión han sido asentados en las casas sacerdotales y en los conventos. Y uno se pregunta ¿es bueno que un sacerdote vea televisión?
San Juan rechazaba con brío la doctrina de los nicolaítas, herejes que creían lícito participar en las orgías de los cultos paganos por haber alcanzado un conocimiento o gnosis superior de la doctrina cristiana que les garantizaba la inmunidad. Les llama «impíos que convierten en lascivia la gracia de Dios». Algunos iban incluso más lejos y pretendían liberarse de los poderes que gobiernan el mundo mediante la vivencia de todo lo que el mundo les ofrecía por abominable que fuese.
Hoy día la Televisión transmite un continuo mensaje de falacia y hedonismo, que puede ser causa de pecado. ¿Puede de verdad un sacerdote rezar la Santa Misa, adorar a Jesús Sacramentado en la Eucaristía, amar la pureza de la Virgen, después de haber contemplado la banalidad y las obscenidades de una TV como la que hoy se da?
No basta que el sacerdote conozca la verdad. La gracia de estado no garantiza la impecabilidad, y ponerse delante de un televisor, ¿no es exponerse a ver imágenes indecentes?
C) Los sacerdotes deben ser radicales.
Muchos eclesiásticos fijan como la causa principal de la falta de vocaciones sacerdotales el bajo índice de natalidad. La causa de la crisis vocacional se lanza sobre nosotros, los padres. Se nos acusa de no ser capaces de pedir a Dios la vocación para nuestros hijos e incluso considerar la llamada de Dios como una desgracia. Sin dejar de reconocer el porcentaje de razón que haya en ello, no parece menos cierto que no ven en los sacerdotes un modelo a seguir de lo que era la radicalidad de Cristo. El problema está en el modelo de Cristo, en general deficientemente encarnado por los sacerdotes e hoy.
¿De verdad, podríamos preguntarnos los padres católicos, se puede sobreponer la vida del sacerdote a la vida de Cristo sin que se produzca un violento chirrido de desajuste? Si el sacerdote vive con radicalidad la doctrina y vida de Cristo habrá vocaciones.