Dios os dice: Mis pensamientos están bien lejos de los vuestros; mis caminos son la justicia y la rectitud; están bien lejos de sufrir vuestras injusticias y vuestra infame vida; mi bondad no es como vosotros pensáis; no es una bondad indolente que favorece al pecado ni protege la malicia; es una bondad que se emplea en vengar el daño que se hace al prójimo; una bondad que se opone al mal, y de tal forma que lo castiga.
Todos los que descansan falsamente sobre la bondad y misericordia de Dios son unos pecadores endurecidos. Pecadores que me leéis: ¿no tenéis el corazón bien endurecido pues ofendéis a esa bondad divina que os conserva, os alimenta y os sufre? Vivís tranquilos y confiados en una bondad que es solo para las gentes de bien y no teméis aquella severidad que es para los viciosos. Estáis en un gran peligro y expuestos a perderos. ¿Quién os ha dicho que Dios os dará gracia para arrepentiros de vuestros pecados? Puede ser que os la dé pero también que no .Y si no os arrepentís de vuestros pecados no os salvaréis. No digáis por más tiempo: Dios es bueno, yo quiero serle desagradecido, ofendiéndole continuamente. Decid más bien: Vos, Dios, sois bueno, ejercitad conmigo vuestra misericordia no en darme riquezas terrenas ni contentos en esta vida, sino en darme vuestra gracia, para que, guardando vuestros mandamientos, vuestra bondad me dé la vida eterna.
Debéis únicamente trabajar en el negocio de vuestra salvación. Esto es lo que el Hijo de Dios enseñaba a santa Marta cuando le advertía que se apresuraba demasiado y dividía sus cuidados en cosas muy diversas, cuando una sola era necesaria. Dios os ha enviado a este mundo para obrar vuestra salvación, y en vez de hacer esto, os entretenéis en todo, descuidando lo que más importa. Cuando se acerque la hora de la muerte y vayáis a presentaros al juicio de Dios, entonces os hallaréis sin virtudes ni méritos y tal vez cargados de pecados y abominaciones.
La razón y la experiencia os muestran que cuanto mayor es una pérdida, tanto más se teme el peligro de que suceda. Cuanto más terrible es un mal tanto más se procura evitarlo. Y ¿no es la mayor de todas las pérdidas el perder el reino de los cielos y la posesión de Dios? ¿No es un gran mal ser condenado a unos suplicios eternos y arder en el infierno? El Evangelio y todos los Santos con sus palabras y ejemplos condenan la ambición, el lujo, el apego a los bienes de la tierra y las diversiones mundanas, luego no podéis dudar que en esto haya peligro para la salvación y por tanto de condenarse.
El camino más seguro para ir al cielo es tener una vida cristiana, devota, retirada y penitente. Y si alguien os dice que no es menester ser tan severos, que no sois anacoretas, que no es gran mal querer enriquecerse, que se puede gustar de la vanidad y pasar la vida en diversiones mundanas, no le creáis… Si mantenéis un poco de prudencia, debéis escoger los medios más convenientes para conseguir un fin tan santo y tan estimable como es la salvación de vuestra alma y la felicidad eterna.
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