Ni los abortistas ni los asesinos ni los terroristas consiguen matar la Vida. Dios, al dar vida al alma humana, le da su eternidad de vida. Es como si Dios tuviera necesidad de expansionarse, de darse. El Padre Eterno se da a su Hijo, y ambos se dan al Espíritu Santo. Se comunican su única divinidad.
Antes de todo inicio, en su eternidad, resolvió Dios comunicar su vida santa y feliz a la criatura humana, comunicarle su Verbo, darle su Espíritu, unirlo a su divina naturaleza, en la Luz y en el Amor.
Pero, Dios orden perfecto, antes de desbordarse sobre todos los hombres, quiso que la Vida infinita se derramase toda entera en Cristo Jesús; así su santa Humanidad, en virtud de su unión con la Persona del Verbo, participa de los bienes infinitos cuanto es posible a una naturaleza creada. Toda la vida divina se derrama en Jesús. Colocado en la cima de todo, introducido en la adorable Trinidad, Jesús queda impregnado totalmente de la vida de Dios que llena su Corazón y su Alma, sus potencias, de tal forma que el océano de vida que hay en el Dios eterno pase a ser el océano de vida de Jesús, Dios hecho hombre.
Este Jesús, anegado del Amor divino, no se mantiene aislado. Su Corazón, signo natural del amor del Verbo, que como Persona aguanta las dos naturalezas…Su Corazón da vida a todos los miembros de su Cuerpo. Por esto, este Sagrado Corazón de Jesús quiere que todos los hombres participen de la vida que la Santísima Trinidad ha derramado sobre su Humanidad. Es un Océano desbordado, sin riberas. Todos los miembros del Cuerpo participarán de la vida íntima de las Tres Divinas Personas; tendrán su Luz y Amor.
La Iglesia toda está en el Corazón de Jesús. Todos los fieles laten con Él y tienen vida con Él. Son en verdad sarmientos de vida. No son latidos que pasan sino células que viven.
Jaime Solá Grané