Para utilidad de vuestras almas es preciso ver cuál es la severidad de la justicia de Dios . Abramos los ojos y veremos los efectos rigurosos de esta justicia. Recordad todos los siglos que han pasado desde la creación del mundo y principalmente todo el tiempo que precedió a la encarnación de Jesucristo. Los pueblos de todos los países, excepto Palestina, estaban entregados a la idolatría y abandonados a los pecados más infames, y por consiguiente en camino de condenación. Es un artículo de fe que ni los idólatras ni los impúdicos poseerán jamás el reino de Dios. Id ahora con la imaginación, no a las concurrencias y reuniones de juegos y de espectáculos, porque estos lugares son todos de la dependencia del demonio, sino a las calles, a las plazas y a las casas de las ciudades católicas. Considerad lo que en ellas se hace, escuchad lo que se dice, y veréis que de todo se habla y en todo se piensa menos en el servicio de Dios. No veréis más que engaños, adulterios, hurtos, blasfemias, iras, odios…En la mayor parte de las casas apenas podréis hallar una persona que ame a Dios. Puede aplicarse a nuestro siglo lo que decía en otro tiempo el profeta Jeremías: Andad todas las calles de Jerusalén, ved y buscad en todas las plazas por si halláis un solo hombre que obre según justicia y que busque la verdad. Y después de esto, ¿no comprendéis que Dios estará extremadamente irritado contra nosotros, y que la indignación con que nos mira es un efecto de su recta justicia?
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