Artículo del día

Grados para ir bajando…

Written by Jaime Solá Grané

Hay que temblar y temer el endurecimiento de corazón. Es un castigo de Dios muchos más temible que todas las aflicciones y trabajos temporales. Es el presagio de la reprobación y la última prueba para la eterna condenación. Es verdad que no se cae de repente en un abismo tan profundo. Se baja a él por diversos grados y es bueno aprenderlos para tener de ellos un justo temor. El primero es el abandono de Dios, quien, en castigo del poco caso que hemos hecho de servirle, de la resistencia a sus inspiraciones, de la ingratitud a sus beneficios, por un juicio secreto, pero siempre muy justo y muy adorable, abandona una alma, retira de ella sus favores extraordinarios, su protección, su asistencia particular y permite que el pecado penetre hasta el centro del corazón y se una a él de tal modo que parece imposible poderlo desarraigar.
Me diréis que la misericordia de Dios es muy grande. Sí, más de lo que se puede imaginar: es inmensa, infinita. Pero Dios no solo es misericordioso sino también justo. Estas dos perfecciones no con contrarias una a otra. Es misericordioso porque nos aguarda largo tiempo con paciencia y nos perdona muchos pecados. Pero es justo y su justicia debe tener su curso.
De este abandono se baja fácilmente al segundo grado, que es la insensibilidad. El corazón del pecador se endurece de tal modo que nada bueno recibe y parece estar cubierto con una masa de plomo. El plomo, el más frágil de todos los metales, y que no suena cuando se golpea, es el símbolo de la estupidez que nos hace insensibles a todas aquellas pérdidas espirituales que nos trae el pecado, y aun a todos los accidentes trabajosos de la vida, que debieran hacernos volver a entrar dentro de nosotros mismos y convertirnos a Dios. Pecadores endurecidos: como prueba Dios os envía todo tipo de aflicciones para sacaros del mal. Y nada, nada os mueve a convertiros. No sintiendo los males que os suceden ni los que hacéis, os acostumbráis a ellos y caéis en el tercer grado que es la reincidencia en cometer el pecado. Y llega a un punto en que el pecado se comete con descaro. El pecador ya no tiene horror al pecado. No está triste ni movido de arrepentimiento después de haber cometido muchos pecados mortales. Duerme, juega y come tan alegremente. Riñe con todos, incluso se pone en peligro de que le quiten la vida en este estado. Nunca tiene un movimiento de devoción. Ya no piensa en confesar…Las amenazas de la muerte eterna, la aflicción que Dios le envía, nada, nada le conmueve.

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Jaime Solá Grané

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