Cada día somos menos en número los cristianos, pero cada día los que quedamos somos más cristianos. ¡Y estamos santamente orgullosos de serlo! Cuando los apóstoles veían el poder de Jesús, su bondad y sumisión al Padre, se sentían seguros. Jesús perdonaba los pecados, convertía a los pecadores, resucitaba muertos, curaba leprosos, ciegos, mudos, paralíticos, calmaba tempestades, multiplicaba la comida etc. etc…Aquellos milagros llenaban de gozo a los apóstoles…y también nos llena de gozo a nosotros, apóstoles de hoy. ¿A quién temer si tenemos el poder de Dios, su bondad y en consecuencia su Amor? Un cristiano no tiene miedo. Aun cuando muriera solo y abandonado de todos, le quedaría Dios.
¡Qué teman los poderosos de este mundo, los financieros, los Soros y Cía., los gobernantes, los acaparadores de bienes! Estos, sí, que tienen mucho que perder. Pero el auténtico cristiano, teniendo a Dios, lo tiene todo. Es estúpido tener miedo.
El hombre, si fuera mínimamente consecuente, en vez de rehuir el dolor o la desdicha, los aprovecharía para asentar su vida sobre base firme en la confianza en Dios. A más infortunio más confianza, menos miedo, más seguridad. El infortunio tiene el privilegio de hacer abrir los ojos: ver lo que valen los bienes terrenos por los que uno lucha .¡Para nada! Los que tienen la desgracia de morir en la opulencia, en el prestigio y honor mundanos, van por un camino de rosas al Infierno. El cristiano reza por estos satisfechos y desdichados para que Dios les dé desgracias e infortunios, el único remedio que les puede curar.
Lo digo por experiencia: he tenido como muchos una vida ajetreada y angustiosa y, gracias al regalo del infortunio, puedo ahora afirmar rotundamente que sólo da paz y seguridad el hecho de ser y vivir como cristiano. ¡Un santo orgullo!
Jaime Solá Grané