Tal como va el mundo, un cristiano puede decir: “¡Nos hemos hecho inútiles para la santificación de los hombres! “ y añadir: “y hasta para nosotros mismos”. Todo porque vivimos disipados, pendientes de las cosas de este mundo: nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras enfermedades, y las noticias de cada día que al tiempo que nos distraen nos agobian.
Buscamos la disipación, y cuando ésta alcanza a un consagrado, sea sacerdote o religioso, entonces el Mal ya no encuentra obstáculos. Puede invadirlo todo.
Y ¿cuándo vivimos la disipación? Cuando nos dejamos llevar por las inclinaciones de la naturaleza en vez de seguir los consejos de la razón iluminada por la Fe. ¡Nada hay de sobrenatural en nuestras vidas! Por ello, las conversiones, el mudar los corazones, (que es obra sobrenatural) , no se alcanzan: ya no somos instrumentos de Dios; nos hemos incapacitado por nuestra disipación centrada en bienes temporales.
No niego que hay laicos y consagrados que trabajan y que se fatigan para hacer el bien en obras tipo CÁRITAS. Digo que no es celo por la salvación de las almas. Temo que al llegar la muerte, se pregunten: ¿Por qué he trabajado tanto? Mis obras han llamado la atención, han sido alabadas, pero no buscaba las almas para llevarlas a Dios, sino que me complacía a mi mismo. En vano me he consumido”.
¿Cuándo me convenceré de que lo importante es la salvación de las almas? A este fin, HACE MÁS UN LAICO O SACERDOTE PROMOVIENDO Y CONSERVANDO LA ADORACIÓN PERPETUA A JESUS SACRAMENTADO “PERDIENDO EL TIEMPO” EN ADORACION A DIOS.
Pero si por lo menos el vivir en disipación nos trajera paz o tranquilidad… NO. Es una vida de sufrimiento, de inquietud, porque es buscar en las cosas un contento que no pueden dar. Una voz va repitiendo: “Has nacido para cosas más altas”. Pero tenemos miedo a cambiar de vida . Dios nos pide la valentía de lanzarnos sin temor y seguir su llamada, pero no nos fiamos. Y así seguimos en el vaivén entre la llamada de Dios, que no cesa, y la aparente seguridad que nos dan los bienes materiales. Un vaivén angustioso. ”Dios mío, exclama san Agustín, es un castigo de vuestra justicia, y al mismo tiempo un efecto de vuestra misericordia, el que, si se os abandona para buscar en las criaturas un bien, que solo Vos podéis conceder, porque sois el sumo Bien, en lugar de la satisfacción apetecida, no se halle más que pena y tormento, y que la falta se convierta en suplicio”.
Por esto el mundo va mal e irá peor: porque nos hemos hecho inútiles para la santificación de los hombres.
Jaime Solá Grané