En este artículo, voy a limitarme a transcribir una vivencia de san Juan Bosco del año 1842, al principio de su actividad sacerdotal; su autoridad suplirá mi ineficacia, pues en vano he venido escribiendo sobre la modestia libros como “La Castidad”, “Para vencer al demonio”… y varios artículos. Es posible que las madres católicas tan despistadillas… presten atención a Don Bosco, Las otras madres, las ateas, las agnósticas etc… se reirán de la vivencia. Pobres las hijas de tales madres.
Sucedió que la familia de Emilio Verniano contrajo amistad con él.
Un día fue toda la familia a pasar un rato en su compañía. Hablaba él y una de las pequeñitas le escuchaba boquiabierta. De pronto, se encara don Bosco con ella y le dice:
-Me gustaría me explicases una cosa.
-Sí, sí, pregúnteme, respondió la chiquilla la mar de contenta.
-Dime, ¿por qué tratas tan mal a tus brazos?
-Yo no los trato mal.
-A mí me parece que sí.
-De ningún modo, intervino su madre; si usted lo supiera: tengo que reñirla constantemente por su vanidad. Aún no ha terminado de lavárselos, cuando tiene que volver a repasarlos y perfumarlos con agua olorosa.
-Sin embargo, yo repito, siguió diciendo don Bosco a la niña, tú tratas mal tus brazos.
-¿Y por qué?
-Porque cuando mueras, yo deseo vayas al cielo; y va a resultar que estos tus brazos van a ser arrojados al fuego. ¿Y esto, no es tratarlos mal?
-Pero yo no hago nada malo; y no quiero ir al infierno.
-Pues hay que resignarse: las cosas son así: al menos irás al purgatorio, y quién sabe por cuánto tiempo.
-Este aviso va para mí, dijo sonrojada una de las mayores; ¿qué va a ser de mí que llevo tan descubierto el cuello?
-Pues eso; que las llamas de los brazos subirán hasta el cuello y lo envolverán del todo.
-¡Entendido! ¡Entendido!, exclamó la madre. Me toca a mí poner remedio. Le agradezco su aviso.