Reconozco que tener confianza en la providencia de Dios le puede ser más difícil al seglar que lucha en el mundo rodeado de todo tipo de problemas que al monje o hermana que vive en la paz de su convento; que le tiene que ser más difícil al sacerdote que se va a Misiones, solo, que a los misioneros que forman parte de una congregación que les apoya. Si el primero cae enfermo, ¿a quién acude? El segundo sabe que regresará a su país y estará bien acogido y tratado.
“Bien está en confiar en Dios, pero lo importante es que confíes en ti”, me dice un amigo. Ante mi sorpresa, me envía un texto que no resisto el darlo a conocer. Lo titula “Yo confío en mí…porque confío en Ti, Señor”.
“Teresa de Lisieux confiaba en Dios, su Padre, porque se sentía una niña sin fuerzas. Los ascetas dicen que el más terrible guerrero es el niñito que desconfía de sí mismo pero que lo espera todo de Jesús que lucha con él. Por eso exhortan siempre a mantener en el alma la desconfianza absoluta a uno mismo.
Quizá digamos lo mismo, pero pienso, Señor, que yo no puedo perder la confianza en mí precisamente porque confío en Ti. En la lucha por el Bien, la Verdad y la Belleza, ¿qué diferencia puede haber entre tu voluntad y la mía? ¡Claro que pretendo con mis fuerzas –que son las Tuyas, las que día tras día me das- vencer en esta lucha! Camino por mí mismo por este valle de lágrimas precisamente porque Tú me llevas. Y por eso es valle de paz o de resignación. (Los santos dicen valle de alegría; eso es mucho para mí). Sea una cosa u otra, Tú nos has creado para la felicidad, ya en este mundo.
Creo en la experiencia de los ascetas que dicen que yo soy “capaz de caer en un instante en el más abominable pecado mortal y renegar de Jesús a quien has amado con todas tus fuerzas”. Creo que es temeridad decir “no caeré”, pero también creo – y más- en tu palabra: que siempre das el don de la gracia. Es tu palabra, tu compromiso con el hombre que quiere seguirte: darle esta Fuerza casi omnipotente para vencer, vencerse y no ser vencido. Todos conocemos lo que es el dolor, pero ¡qué pocos conocen lo que es la Gracia! Pues, así es de sencillo, Jesús. Porque creo en tu palabra confío en mí. Mi debilidad se llena con tu fortaleza. No puedo tener desconfianza de mí si soy tu soldado. ¿Qué diría un General si el soldado dijera “confío en la victoria que usted nos asegura pero no confío en mí. Me quedo aquí…”? Así pues, Jesús, deja que yo confíe en mí…porque confío en Ti”.
La vida es lucha. Es guerra. La resignación, la conformidad a la voluntad de Dios, la confianza en su Providencia NO PUEDE SIGNIFICAR NUNCA LA COMODIDAD DEL VENCIDO, del que dice “que ya lo ha hecho todo”. O del que dice “me quedo aquí”.
Jaime Solà Grané