Hace más de treinta años leí el libro del sacerdote José Puga: “Hoy una nueva cultura parte la Iglesia en dos”. Era un análisis profundo sobre la desviación de los conciencistas. El autor entendía que una nueva iglesia había nacido por escisión del catolicismo: la magnitud de la masa contagiada era de tal envergadura que la Iglesia de Cristo estaba rota. De acuerdo con las tesis de Puga, sin embargo, la rotura no se ha hecho oficial. La herejía denunciada en aquel libro ha quedado solapada, no vencida. Muy agravado el mal, por cuanto la herejía denunciada hace treinta años, se mantiene disimulada. UNA SANTA CATÓLICA APOSTÓLICA
No es una situación nueva. La Iglesia fundada por el Hijo de Dios encarnado, Jesús, se ha mantenido UNA Y SANTA, sufriendo desde sus inicios solapadas herejías que parece la dividían o desvirtuaban, hasta que llegaba la hora en que era formalmente descubiertas y condenadas por la Jerarquía. Incluso para eso era necesario el tiempo.
Durante los primeros siglos las desviaciones eran sobre la Fe. A partir de Lutero, a la herejía sobre la Fe, se unieron las de tipo Moral. Y hoy la herejía se solapa en la cuestión moral, y lógicamente repercute también en la Fe.
Anunciemos con carácter no limitativo unos cuantos puntos afectados: el matrimonio civil, las parejas de hecho, el aborto, los métodos anticoncepcionistas, la eutanasia, la destrucción de embriones, la práctica homosexual, la recepción de sacramentos por personas que viven en abierta contradicción con la doctrina de Cristo… Para los herejes –hoy una gran masa- lo importante es su conciencia que les permite aceptar estos puntos y seguir siendo cristianos, miembros de Cristo en su Iglesia. Lo importante es el amor, les dice la conciencia. Ama y ya lo puedes hacer todo.
La Iglesia Católica no está rota ni dividida. Tiene este terrible cáncer que ha hecho metástasis. No llegará la muerte, es evidente. Es cuestión de tiempo: llegará en su momento la actuación del Magisterio Supremo y, sacudida la porquería de la enfermedad, la Iglesia seguirá en lucha, más pura y más firme. La Iglesia permanecerá: la Cabeza es el Hijo de Dios encarnado. Siempre es y será UNA Y SANTA. Jaime Solà Grané