1.- Un personaje visitaba la editorial NC en compañía de una joven. Cuando observó el libro «Infierno, una eternidad de dolor a la espera», ante la mirada interrogadora de la muchacha, el docto personaje sentenció: «Es para espantar a la gente». Me recordó la frase de aquel pobre sacerdote que quiso hacerse el gracioso cuando le preguntaron sobre el infierno: «Al infierno solo van los que creen en él». Nada de espantar a la clientela. No hablemos del infierno… pero me asalta una duda: ¿el diablo cree en el infierno?
2.- Nadie quiere creer en el infierno, pero cuando algún teólogo insinúa que no existe o que está vacío -¡otro hallazgo!- las revistas «cristianas» lo difunden. En el fondo, no se trata de examinar la verdad sobre la existencia de un infierno eterno, sino de garantizar al cristiano que si hay otra vida no será de dolor.
3.- San Pablo escribía a los Romanos: «Despreciaron a Dios, al no tratar de conocerlo según la verdad, y Él a su vez los abandonó a su corazón sin conciencia que los llevó a cometer toda clase de torpezas. Por ello, andan llenos de injusticias y perversidad, codicia, maldad, rebosantes de envidia, crímenes, peleas, engaños, mala voluntad. chismes. Calumnian, desafían a Dios, son altaneros, orgullosos, farsantes, hábiles para lo malo. Se rebelan contra sus padres, son insensatos, desleales, sin amor, despiadados…» (1, 28/31)
Como se ve, con este retrato de la sociedad de ayer y de hoy, san Pablo creía en un infierno poblado de pecadores. Como comenta el P. Bover: «El justo decreto de Dios es la sanción eterna contra el pecado grave; sanción conocida por los prevaricadores».
Jaime Solá Grané