Nuestra web ha permanecido en silencio durante largo tiempo convencidos como estamos de la poca utilidad de los artículos. Vamos a hacer una reaparición con el texto de Monseñor Sylvain recogido en el libro: «Para Vivir feliz» publicado por Noticias Cristianas en el año 1998.
Una tarde de otoño había una numerosa reunión en una gran hacienda de Provenza.
Se habló de todo un poco: de la lluvia del buen tiempo, de lo caros que estaban los alimentos, de los impuestos cada vez más pesados… de esa porción de cosas que son el terna ordinario de las conversaciones en los pueblos.
Luego se llegó a hablar de las catástrofes cada vez más numerosas en los ferrocarriles, de las bancarrotas tan frecuentes y desastrosas, de las cosechas que se perdían, de los suicidios que se multiplicaban de las familias arruinadas y desaparecidas, de la insolencia de los niños… y todo el mundo repetía: Mal va el mundo, va mal.
-Sí, va mal -dijo el anciano hacendado, con un acento de gravedad que impresionó a todos los presentes-; pero están convencidos de que esto irá de mal en peor todavía.
Detúvose un instante, como si hubiera querido ser escuchado con más atención y añadió:
«El que hace todo este mal es Dios. El buen Dios, que lenta pero seguramente toma su desquite.
¿Quién, aun entre los que aquí estamos no ha olvidado sus mandamientos? ¿quién, con el más ligero pretexto no se dispensa de la misa del domingo y trabaja este día?
¿Quién hace todavía la oración en común por lo menos todas las noches?
¿Quién no dice diariamente, contra la Providencia de Dios, cosas que no se atrevería decir del más miserable de sus vecinos?
Pues bien; todo esto debe pagarse. Dios no es ciego, ni sordo, ni insensible, ni necio.
Dios no duerme; mira, escucha, atiende, luego, cuando los crímenes han alcanzado cierta medida, dice ¡basta!, y deja a su propio impulso todas las cosas. Y claro está las cosas por sí solas van mal.»
-¿Cree Ud. todo esto? -dijo con la burlona sonrisa en los labios uno de los que escuchaban.
-Sí, lo creo.
-¿Y quién se la ha dicho?
-Dios.
-¿Dios? Debió hablarle por casualidad.
-A mí solo, tal vez no. A ti, a todos nos ha hablado.
Y volviéndose a un niño de diez años que apenas entendía lo que se decía, pero que escuchaba vivamente impresionado, añadió:
-Pequeño, dame mi libro.
Se lo entregó el niño; era la Biblia.
El anciano, después de hojearlo un momento, y abriéndolo en diferentes hojas, con voz lenta, leyó:
«A vosotros los que despreciáis mis leyes, os visitaré con la indigencia.
Malditos seréis en la ciudad y malditos en el campo. Maldito será vuestro granero y malditos los frutos que hayáis conservado. Plantaréis una viña, y no recogeréis vino. Malditos seréis en vuestra inteligencia; el Señor os herirá de frenesí, de ceguedad, de furor.
Malditos, en fin, vuestros hijos, que perecerán todos.”
El viejo se detuvo., luego añadió:
-Sí, amigos míos. Dios es bueno, muy bueno, pero es justo. Sólo hay una palabra: la Verdad, hela ahí.
Vosotros, los que sois jóvenes, lo veréis. El pueblo que se obstina en hacer la guerra a Dios, el pueblo que desprecia las leyes de Dios, cae.
Estas frases llenaron de frío terror a todos los presentes. Lentamente se levantaron unos después de otros y se retiraron sin decir una palabra.