Así hablaba san Juan Bosco a sus clérigos, novicios y aspirantes:
«Yo leo en la Sagrada Escritura que todo el mundo está situado en la malicia; que no hay más en él que concupiscencia de carne, concupiscencia de ojos y soberbia de vida. Ahora bien, el Señor quiere que pensemos en la eternidad, que le amemos solamente Él. ¿No es el mundo un gran obstáculo para este amor?…
¿Hará, pues, bien o mal quien rompa de golpe con el mundo y se retira a pensar en Dios?… ¿Y quién duda que hace bien?».
Este texto me ha hecho recordar a un anacoreta que vivía solo en una montaña. Quizá porque observara en mis ojos un destello de admiración, me dijo:
-. Me alejé del mundo, del hombre no porque fueran malos -¡yo no puedo juzgar!- sino porque yo soy malo.
Y para que le creyera quiso señalarme uno de sus pecados.
-. Comía yo en un restaurante. Todo era alegría a mi alrededor: familias con niños traviesos y alegres. Yo estaba triste y solo. Al salir quise vengarme de aquella alegría ajena y bloqueé con palillos la cerradura de algún coche. ¿Qué le parece? ¿Dónde está la maldad? En mí. No lo dude.
El pobre hombre no se cansaba de llorar por sus pecados, y en su soledad se preguntaba si Dios le habría perdonado. Quería seguir contándome su vida pecaminosa, muy grande al parecer, pero me negué a escucharle. No soy sacerdote ni puedo perdonar los pecados.
-. Ahora vivo ni apreciado ni despreciado. A nadie tengo que envidiar…
A veces pienso ¿qué se habrá hecho de aquel miserable? Y reconforta sentirse identificado con él.
La maldad de uno, en el mundo, al contacto con la maldad generalizada, convierte los sumandos en factores; en cambio, en la soledad del anacoreta, es posible que la maldad se vaya amortiguando, y, por lo menos, no causará daño a otros.
San Juan Bosco tenía razón. Otro Santo, el P. Claret, predicaba así: «Si debemos huir de todas las ocasiones, me diréis, ¿será preciso dejar todo el comercio del mundo, y encerrarse en una soledad? Cuando hiciereis eso, hermanos míos, no haríais más que lo que hicieron innumerables cristianos generosos que tenían que trabajar en el mismo negocio de la salvación que vosotros”.
Jaime Solá Grané