Cuando nos persignamos decimos: «de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro», y lo pedimos en nombre de la Santísima Trinidad. Y al final del Padrenuestro también decimos «y líbranos del Mal», o sea del Maligno.
Así nuestra Santa Madre la Iglesia no nos exhorta a ver en los hombres «¡lo bueno que son!»; el «bonísimo» no es reconocido. Por el contrario, la Iglesia nos dice claramente que el mal está en el Mundo, y que pidamos a Dios nos libre de los enemigos, de los partidarios del Mal, de los Malvados.
Bien lo entendieron en su humildad los ermitaños, anacoretas, eremitas, estilitas que se alejaban de la maldad de sus enemigos. Parece que hoy, en cambio, el hombre cristiano confía en sus fuerzas, y ya no siente la necesidad de huir del mundo. En su autosuficiencia cree que puede vivir mano a mano con los malvados, «para convertirlos» y alega que era lo que hacía Jesús con publicanos y rameras…
¿Es hora de heroicidades imprudentes esperando que ya Dios vendrá en nuestra ayuda? Parece que se olvida que los grandes reformadores, inspirados por el Espíritu Santo, se alejaron del mundo desde san Francisco de Asís hasta santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz… O se alejaron de un ambiente pecaminoso como san Francisco Javier.
Para que Dios «nos libre de nuestros enemigos», nosotros debemos ser los primeros en ayudarle, alejándonos de ellos.
Recordemos como cayeron algunos fundadores de Órdenes Religiosas, modernas y vivas, por su amistad con el mundo… Y su caída «no es un enigma». Tiene fácil explicación.
No es que el cristiano tenga que ir al mundo; ya el mundo va al cristiano y se convierte cuando el cristiano es auténtico: el Padre Pío, la Madre Maravillas de Jesús y cuántos más dan testimonio.
Pensemos que la Maldad será definitivamente vencida el día final, el día del Juicio. Más que vencida, será recluida en el infierno para seguir haciendo daño a sus fieles malvados. Por toda la eternidad.
Confieso que cada semana acudo al Cementerio, un lugar donde ya no hay enemigos. Allí se guarda lo que queda del hombre. La Maldad se fue al Infierno, la Bondad, al Cielo.
Cementerio, un buen sitio para tomar decisiones…
Jaime Solá Grané