«Estuve preso y me visitaste…», pero es posible que la frase de Jesús pudiera complementarse así: «Fui víctima de un terrible preso y no me visitaste…»
Escribe Balmes: «Táchese cuanto se quiera de duro y cruel el dogma de la eternidad de las penas (del infierno), dígase que no puede conciliarse con la misericordia divina tan tremendo castigo; nosotros responderemos que tampoco puede componerse con la divina Justicia ni con el buen orden del Universo la falta de ese castigo; diremos que el mundo estaría condenado al ocaso; que en gran parte de sus acontecimientos se descubría la más repugnante injusticia si no hubiese un Dios terriblemente vengador, que está esperando al culpable más allá del sepulcro, para pedirle cuenta de ésta perversidad durante su peregrinación sobre la tierra». Para proseguir unas líneas después: «La ambición, la perfidia, la traición, el fraude, el adulterio, la maledicencia, la calumnia y otros vicios que de tanta impunidad disfrutan en este mundo, donde tan poco alcanza la acción de la justicia, donde son tantos los medios de eludirla y de sobornarla, ¿no han de encontrar un Dios vengador que les haga sentir todo el peso de su indignación? ¿No ha de haber en el cielo quien escuche los gemidos de la inocencia cuando demanda venganza?»
Y ¿cómo termina la Biblia? «Fuera a los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira».
La tan alabada Caridad empieza por la más estricta justicia; no la que tiene por base el derecho de los hombres y las sentencias judiciales sino la justicia revelada por Jesucristo, Dios encarnado.
A un misionero, de regreso del Tercer Mundo, se le pudo preguntar, como a Jesús hace dos mil años: ¿son muchos los que se salvan?
-. En el Tercer Mundo, por el bautismo de la MISERIA, muchos, muchísimos… En este Primer Mundo, creo que deben ser pocos.
Jaime Solá Grané