Estamos acostumbrados los laicos a escuchar predicadores y a leer revistas religiosas que, al tiempo que nos fustigan como malos cristianos, tienen toda clase de consideraciones con los ateos, agnósticos y enemigos de la Iglesia. La alabanza es para «los pecadores: publicanos y prostitutas» mientras que los cristianos somos «hipócritas, sepulcros blanqueados…» En una de las homilías he escuchado invectivas contra los que creen tener un tesoro en el cielo porque van a misa cada día, rezan el rosario y practican devociones. Recalcaba el buen sacerdote que «esto era orgullo de poseer riquezas». Lo importante era la gracia, solo la gracia, que nos hace permanecer humildes en nuestra nada. En consecuencia, pues, debía entenderse que la correspondencia a la gracia mediante oraciones, santas, misas etc… solo era orgullo.
Intento decirlo con humildad, señores dispensadores de la palabra de Dios: dejen de atacar tanto a los que estamos o intentamos estar dentro de la Iglesia y dediquémonos todos a luchar contra los enemigos, sí, lo han leído bien, enemigos; dejémonos de eufemismos, como hermanos separados, compañeros… No dudo de que el Demonio tiene también dentro de la Iglesia su grupo de servidores, pero si yo fuera un general del ejército cuidaría de que no hubiera traidores en mis filas, vigilaría la quinta columna… pero NO PERDERÍA DE VISTA QUE MI ENEMIGO lo tengo enfrente. ¡Dejémonos de criticar a nuestros laicos y animémosles a luchar contra el enemigo! Nuestro ENEMIGO es la multitud de políticos funcionarios y gobernantes de toda clase que dominan América y Europa, enemigos más terribles para nosotros, los católicos, que los terroristas islámicos que van a pecho descubierto. Estos sabemos que son enemigos. En cambio, los diabólicos gobernantes de Europa y América, principalmente, son enemigos encubiertos que no paran ni pararán hasta que haya desaparecido la fe en Cristo, Hijo de Dios encarnado. ¡Ellos, ellos son nuestro Enemigo porque son amigos del Diablo y enemigos de Cristo-Dios!
Jesús vino a traer la guerra contra el Demonio, hoy representado por políticos funcionarios, gobernantes, jueces, banqueros, artistas, periodista con nombres concretos. Es hora de dejar de criticar a la Iglesia y llamar por su nombre de «hijo del demonio» a quien lo sea. ¡Cuánta cobardía se esconde en la falsa caridad!
Aclaro para los que no quieran entenderme: estos hijos del demonio son enemigos no de España sino de los católicos. En España quedamos pocos… ¿Son católicos los señores Fernández Díaz, Jordi Pujol, Trías, Mas…? Yo sólo pregunto.