Supongamos un hecho bastante usual: un chico y una muchacha, creyentes y buenos, formalizan el noviazgo con vistas a un santo matrimonio. Lógicamente tienen diferentes temperamentos pero se aman, sueñan con amarse siempre, tener hijos y educarles en la fe católica que ellos han recibido de Dios por medio de sus padres. Pero el enemigo de Dios, el maligno no descansa ni de día ni de noche. Sabio como es, encuentra la manera de crear tensión… y que el noviazgo se rompa.
Frente a este hecho supuesto -y tantos otros que podríamos imaginar- la respuesta del cristiano siempre es parecida. Recordemos algunas:
-. Ha sido la voluntad de Dios. Dios así lo ha permitido…
-. Seguro que de este rompimiento saldrá un bien mayor…
-. Mejor ahora que cuando estuvieran casados…
Y no vale la pena seguir con más letanías al uso.
La verdad nos da miedo y acudimos a estas excusas para enmascarar la realidad: el demonio ha vencido y se ha truncado el plan de Dios.
Es evidente que el Señor en su bondad puede dar una segunda, una tercera y cuantas nuevas oportunidades quiera. Pero esta generosidad divina no nos puede confundir: en la gran mayoría de los casos el triunfo del demonio es claro.
Dando por supuesta la gracia de Dios, el demonio solo es vencido por la humildad y la oración ferviente y confiada.
Jaime Solá Grané.