Me temo que los cristianos van al matrimonio como antaño los paganos: sin saber a qué van. Por desgracia, el cristiano ve en el matrimonio un contrato civil y un cambio de posición. Apenas si profundiza más. Y sin una base más sólida, humanamente hablando, esta uni6n de personas acaba siendo «un castigo de Dios», inaguantable, como decía un casado con un leve cinismo de humor.
La pasión pasa pronto y ¿qué queda? Las pesadas cargas de la paternidad, las preocupaciones, las angustias, las incomprensiones, los malos entendidos, el penoso y terrible ·deber de educar a los hijos y el saber que el yugo del vínculo matrimonial es perpetua mente indisoluble, todo un largo etcétera, acaban formando un panorama humanamente espantoso, al que pronto se une el deseo por otra persona, la decepción por la respuesta ingrata de los hijos… La misma Moral cristiana puede parecer más exigente con un casado que con un célibe. Por ejemplo, una inmodesta mirada será pecado contra la castidad en un célibe, pero en el casado, además, puede rozar, como ya señaló el Señor, el adulterio.
Las obligaciones sobrehumanas de esta estado, el matrimonial, sólo se pueden sobrellevar con la gracia de un Sacramento. Por esto, la Iglesia en su sabiduría sólo admite como matrimonio el sacramental. La cruz del matrimonio -mucho mayor que la del celibato solo se aguanta si el cristiano que se va a casar está bien preparado y comprende y acepta la cruz que se le presenta. Pero, la realidad es que se va a la boda por pasión o por simple conveniencia. Nadie avisa de que se va al matrimonio para sufrir.
Jaime Solá Grané