Artículo del día

Camino de salvación

Written by Jaime Solá Grané

Camino de salvación

La Iglesia, dicen los sabios y creo que es verdad, quiere que el cristiano viva alegre y feliz, pero, sabia como es, dedica todo el mes de noviembre para que nos acordemos de rezar por las almas que sufren en el Purgatorio.

«Me han arrancado la paz y no me acuerdo de la dicha; me digo se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor. Fíjate en mí aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido… Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor” (Lam. 3- 17/26)

Jeremías ha comprendido lo que es el hombre en la Tierra: un ser creado para sufrir, pero con esperanza de salvación.

Dios nos ha creado para sufrir; tanto es así que incluso después de muertos, la casi totalidad de las almas destinadas al Cielo van a sufrir al Purgatorio. Sólo las almas muy perfectas y santas van al Cielo sin necesidad de sufrir más. Parece que es lo que afirma Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi.

Aunque el Profeta se lamenta de que se le han acabado «las fuerzas y la esperanza en el Señor» termina su llanto con esta súplica: «Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor. O sea, humanamente no tiene esperanza de que el dolor se acabe, pero en el silencio comprende que Dios puede salvarle. Unos siglos más tarde se lo confirmará el Hijo de Dios hecho hombre: «Para el hombre es imposible salvarse, (o sea para el hombre vivir en la amargura y el dolor es sustancial) pero para Dios nada hay imposible». El camino de la salvación es siempre llanto, dolor, tristeza, amargura, cansancio, abatimiento, enfermedad… La salvación no está en el goce y felicidad que busca el hombre en el mundo.

Tanto dolor con un fin: que el hombre reconozca lo que es. Para que se sitúe en la verdad. En la humildad.

Termino con un cuentecito. Entró en el Cielo un gran Santo. Había hecho grandes milagros en la Tierra, impresionantes obras de misericordia, su palabra era «Palabra de Dios»… Y así era: Dios se había complacido en él, todo fervor, amor a Dios y prontitud para socorrer a sus hermanos. Al llegar al Cielo todos acudieron a felicitarle.

«Serás canonizado en pocos años…» «Tu luz alumbrará al mundo siglos y siglos…» «Sube hasta arriba, muy arriba…» Y así fue: el Santo llegó muy muy arriba y desde aquella soberana altitud contempló la inmensa multitud de santos pequeños, casi insignificantes, que como parpadeantes lucecitas cubrían el vastísimo espacio hasta perderse de vista. El Santo se sintió satisfecho. Entonces Jesús le dijo sonriendo.

-Hermano mío, esta era la última prueba de tu santidad.

El Santo entendió y bajando, bajando se colocó en el último sitio detrás de una ramera que el Señor había salvado en el último segundo de su vida… y allí en su sitio el Santo era feliz de dar gloria a Dios por toda la eternidad.

Jaime Solá Grané.

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Jaime Solá Grané

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