Aunque hayan transcurrido algunos días desde que la Iglesia nos puso para meditar el pequeño libro de Jonás, voy a recordar algo que siempre me ha extrañado: por qué todos los predicadores coinciden en calificar a Jonás de «mal profeta», «desobediente», «indolente» y «quejoso».
Yo prefiero centrarme en una circunstancia. Esta: ¡Qué convincente sería la palabra de Jonás para conmover a toda la ciudad de Nínive no solo para llevarla al arrepentimiento sino también a una penitencia, como se auto impusieron los ninivitas! Me pregunto:
¿Hay en la historia un caso semejante? No nos consta que San Pablo ni alguno de los otros Apóstoles consiguieran tan rápidas, decisivas y multitudinarias conversiones. ¿Qué tendría la palabra de Jonás para conseguir tal fruto? Admiramos, sí, el gran ·poder, la sabiduría divina, la bondad y la misericordia del Señor, pero centrémonos también en la eficacia del instrumento humano adecuado para tan enorme obra, a pesar de sus defectos.
¿No podríamos ser algo así como Jonás los cristianos de hoy? A pesar de ser «desobedientes», «malos cristianos», «indolentes», y «quejosos».