Nos la explica Jesús en la parábola de los viñadores homicidas. Han creído que la viña era suya. Lo que inicialmente iba bien, de éxito en éxito, de cosecha en cosecha, era porque el cristiano se sabía «empleado del Señor, un simple obrero o trabajador. Con el paso del tiempo, a veces casi de manera imperceptible, el demonio ha ido infiltrando su veneno: y la obra de Dios acaba convertida en obra del hombre. Y el Señor ha dejado al hombre en su desamparo. La obra ha fracasado, la viña ha sido arrasada por animales salvajes.
Es el fracaso en que terminan tantas obras buenas, empezadas por amor a Dios y al prójimo. Y si no fracasan estrepitosamente, siguen existiendo con vida lánguida, sin alma cristiana. Y puede ocurrir lo peor: que acaben como instrumento del Maligno.
Jaime Solá Grané.