La corrupción es el tema de muchas conversaciones. Políticos, funcionarios, banqueros, sindicatos son señalados como culpables de los males de la sociedad, como si con ello deseáramos quedar absueltos de nuestras culpas.
Es hora de afirmar la eficacia de la clase política que se desvive para el bien común. Debemos reconocer que trabajan mucho. Están en el ojo del huracán y no desfallecen. Claro que pueden errar y a veces pueden caer, pero por lo general ponen por delante el servicio. Quizá ya sea hora de hablar bien de los políticos. Yo lo intentaré.
Otra clase señalada por el dedo acusador: funcionarios, jueces… He conocido resoluciones judiciales irreprochables que deben haber supuesto un grado elevado de estudio y trabajo por el juez. He comprobado la honradez de la policía judicial, por ejemplo. He quedado satisfecho de la atención de funcionarios del Ayuntamiento o de Hacienda, a pesar de ir quizá malhumorado por el asunto en cuestión. Y lo mismo cabría decir de muchos empleados bancarios, que te atienden con amabilidad y con un deje de cariño.
Examinémonos, y quizá lleguemos a la conclusión de que si las cosas van mal en España la culpa es de todos. Esforcémonos a superar los problemas de cada día en el trabajo y en la búsqueda si no tenemos.
Estoy seguro de que si acudo el funcionario, al banquero, con el rostro agradecido -y no acusador- mi vida será más optimista. Y también estoy seguro de que, al generalizar, somos injustos con la gran cantidad de políticos que, por vocación, destinan su vida al servicio de la sociedad, con honestidad y con la incomprensión, y desagradecimiento de los ciudadanos.
Jaime Solá Grané