Entrada
Mujer vestida de sol, porque el sol de la Divinidad la envuelve, la inunda y la llena totalmente y cuando a ella tiene vestida y empapada, derrama por los cielos sus rayos e ilumina a todos los santos (Ricardo de S. Lorenzo).
Altar de propiciación, templo de Dios, aula de toda majestad, cielo de su sabiduría, tierra de bendición (S. Metodio).
Rosa inmarcesible y olorosa sobre todo encarecimiento: atraído por sus perfumes bajó del cielo a descansar en su seno el Verbo del Padre.
¡Descubrid la belleza del Rosario! Os deseo que vuestra meditación sobre el misterio de María os lleve también a rezarle con confianza en el Rosario. ¡Tratad de descubrir la belleza del Rosario! ¡Que esta oración os vaya acompañando cada día de vuestra vida! (Juan Pablo II).
¡Oh Dios, cuyo unigénito Hijo con su vida, pasión y gloriosa resurrección nos alcanzó los premios de la vida eterna! concedednos que, recordando dichos misterios en el santísimo Rosario de la bienaventurada Virgen María, nos aprovechemos con su imitación, y consigamos sus frutos en la exaltación de la fe católica, conversión de los infieles y pecadores, destrucción de las herejías, y la salud, paz y sosiego de estos reinos y de todos los príncipes cristianos. Amén (Breviario Romano).
Meditación
EL ALMA EN SUS RELACIONES CON EL MUNDO
El alma entregada a Dios debe, con todo, vivir en este mundo de modo humano. No la ha dado Dios naturaleza angélica, ocupada exclusivamente en pensar en Él y en amarle. Vive en el seno de una familia, de su Comunidad religiosa, de una sociedad. Solicitan su atención mil relaciones de amistad, de intereses, conveniencias o parentesco.
Tal es el orden establecido por Dios, y en vano lucharía el alma contra esta necesidad. A menos de encerrarme en una gruta solitaria, sin más compañeros de su nueva existencia que las fieras del desierto, no eludirá el imperio de las relaciones.
Entre éstas las hay agradables y honestas y que la brindan pasatiempos inocentes, diversiones útiles o distracciones necesarias. Las hay íntimas y cordiales, que son como bálsamos para el corazón herido, estimulante para el ánimo fatigado y confortación para el alma abatida. Unas son indiferentes, cuyo móvil es la cortesía, la conveniencia, el interés; relaciones de un día, poco estables como el motivo que las informa. Otras son forzadas, guiadas por la necesidad, la sujeción, el temor, impuestas por la naturaleza, la posición, las ocupaciones, el medio ambiente.
La multitud y diversidad de estas relaciones son para el alma imprudente serio obstáculo a su santificación. Se deja envolver por ellas como por las mallas de una red y pierde la libertad interior, el desprendimiento del corazón y la tranquila posesión de sí misma, base de la vida perfecta.
Unas veces la agradan estas relaciones, la encantan y la adormecen al borde del precipicio; otras la preocupan, la agitan, la entorpecen, le quitan tiempo y descanso; otras, por fin, la contrarían, descontentan, despiertan la envidia y el odio y llevan su pensamiento lejos del Dios de paz.
Abrumada, cautiva, importunada en todos los sentidos, ¿cómo podría seguir a Jesús en el desierto de su corazón, cerrar su entrada y sentarse tranquila a las plantas de su Maestro?
Impónese, pues, gobernar sabiamente las relaciones, cortar las superfluas, reducir las útiles y reglamentar las necesarias. El alma entregada generosamente a Jesús se presta fácilmente a este trabajo de eliminación. No ama al mundo ni tampoco teme sus críticas, ni sus burlas. De ahí que de un aletazo se remonta por encima de su estima o de su desaprobación. Rompe, cercena, elimina, sin conservar más que lo que le dicta guardar la conveniencia o la necesidad.
En esta seguridad de cumplir la voluntad divina esfuérzase por guardar el dominio del corazón, la calma del espíritu y la moderación de los movimientos.
El alma verdaderamente interior no es jamás esclava de criatura alguna, por agradable y seductora que sea su conversación, por sincero y puro que sea su trato… Jamás se entrega por completo sino a Jesús. En el centro del corazón hay un lugar en que nunca entra amigo alguno terrestre, por íntimo que pudiera ser. Su puerta está siempre cerrada, porque solo el Señor la debe franquear, ya que es morada de Dios, apartado reservado a Jesús y al alma su esposa.
El corazón que pertenece así por completo a Dios está siempre lleno de Él, lleno de Jesús, y siempre desbordante. Esta sobreabundancia la difunde luego sobre las criaturas que la rodean.
Nadie es tan amante como el alma sencilla, nadie tampoco ama tan puramente, tan perseverantemente como ella. Su amor está libre de todo cálculo egoísta, porque es el amor desbordante de Jesús, es inaccesible a las variaciones, independiente del capricho y del humor del momento; no se rige por las cualidades, la hermosura, el mérito, la bondad, porque tiene su fundamento en solo Dios. La infidelidad, la ingratitud, la traición, la espanta, pero no serían parte a desanimarla, porque su fuente es divina.
Si el alma interior no se entrega nunca completamente, tampoco se preocupa de poseer ni el afecto ni la estima de criatura alguna, porque sabe que ningún derecho tiene a ellos, ya que Jesús es el único Dueño de las almas, el solo Soberano a quien se debe todo amor y toda gloria.
No ignora, por otra parte, que toda gloria humana es frágil y abundante en desengaños. La experiencia la ha demostrado que ninguna criatura puede por largo tiempo satisfacer el corazón ni saciar su sed de amor. El hombre siéntese criado para lo infinito.
Así vive el alma desprendida y libre en medio de todo un mundo de relaciones, cuya naturaleza, tiempo y modo domina, gobierna y reglamenta. Siéntese infinitamente elevada por encima de las personas y cosas que la rodean y quisieran envolverla. Está separada de ellas por una barrera infranqueable: su ininterrumpida donación a Jesús.
Cuando todo en torno suyo se abate, desarraiga o quebranta, ella permanece imperturbable y tranquila. Cuando el torbellino de los negocios mundanales arrebata a las almas vulgares y las lanza confusamente en la disipación y la turbulencia, el alma interior queda inmoble, con la frente arrogantemente elevada al cielo y el corazón arraigado en Jesús.
¡Oh, qué gran secreto el de ser dueño de sí mismo, de su corazón, y gobernar sus relaciones en vez de dejarse desbordar y arrastrar por ellas! Nadie es capaz de este dominio de sí mismo, sino quien renunció a todo interés personal del momento, a toda estima, a todo afecto y a toda preocupación por el porvenir.
Oración
Decidnos, Señora para siempre bendita, ¿no están satisfechos los deseos de vuestro corazón con que desde que fuisteis concebida en todo le agradasteis? Señora ¿ y los servicios que a Dios humanado hicisteis dándole carne humana formada de vuestra purísima sangre, trayéndole nueve meses en vuestras entrañas, pariéndole y sirviéndole cuando chico y cuando grande? Esto, Señora, ¿no satisface a los deseos de vuestro corazón? Y si todo faltase, ¿no bastaba aquella obra mayor que todas las que hicisteis, más digna de loor que ninguna lengua puede contar, cuando estando al pie de la cruz de vuestro Hijo bendito amasteis tanto al mundo, que por remedio de él ofrecieseis en vuestro corazón la muerte de vuestro benditísimo Hijo, obedeciendo como esclava a la voluntad del Señor cuando os lo quiso quitar, como cuando en la encarnación fue servido de dároslo? (S. Juan de Ávila).