Entrada
María, mar amargo, porque las aguas de su amor hacen desabridos y acedos para sus devotos los mundanos deleites, y cuando esas aguas llegan a ser olas despiertan insaciable ardor de los otros celestes (Ricardo de S. Lorenzo).
Arca y señera de regocijo en las tiendas de los justos (S. Alberto Magno).
Rosa crecida en campo feraz de malezas y espinas, porque tal nombre merece el pueblo judaico de aquella edad (Crisipo).
Insigne júbilo el más deseable para los que desfallecen en deseos de gozo: en un alma, mata al momento toda tristeza (Jacobo Mj).
Azucena cosechada por la mano del Verbo divino, con cuya fragancia despidió de la humana naturaleza el hedor del pecado (S. José el Himnógrafo).
El salterio de la Virgen. Así llama el Papa León XIII al Rosario, y dice que otros Romanos Pontífices también le dieron este nombre. –Todos los días los sacerdotes han de rezar gran parte del salterio y con esta oración cumplen con la obligación sacerdotal de orar por los fieles…; su oración es oficial…, es la Iglesia misma quien por su medio ora… y por lo mismo es una oración de eficacia extraordinaria. –Aplica todo esto al Santo Rosario y verás cómo en la debida proporción así es el Rosario en el pueblo cristiano. –Es su oración, que podemos llamar oficial… parece en cierto modo como que el Rosario deja de ser en el pueblo cristiano una devoción meramente particular y privada, para adquirir la dignidad de oración pública y oficial (P. Ildefonso Rodríguez Villar).
Meditación
Para perseverar
Nunca perseveraréis si no huís de las malas compañías mundanas; en vano querréis salvaros; no tendréis más remedio que condenaros. O el infierno o la huída, no hay término medio. Determinad cuál de los dos extremos preferís. En vano diréis que no obráis mal. No puedo menos de repetiros si no cambiáis, un día estaréis en el infierno; y no solamente lo veréis esto, sino que, además, lo sentiréis.
También la oración es absolutamente necesaria para acertar a perseverar en la gracia, después de haber recibido ésta en el sacramento de la Penitencia. Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios; mas, sin la oración, de nada sois capaces. Esto es suficiente para mostraros la gran necesidad de la oración. Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración.La oración nos es absolutamente necesaria para perseverar…
Mas la oración de que os hablo, tan poderosa cerca de Dios, que nos atrae tantas gracias, que parece hasta sujetar la voluntad de Dios, que parece, por decirlo así, forzarle a concedernos lo que le pedimos, viene a ser una oración hecha al impulso de una especie de desesperación y de esperanza. Digo desesperación, considerando nuestra indignidad y el desprecio que hicimos de Dios y de sus gracias, reconociéndonos indignos de comparecer ante su divina presencia y de atrevernos a pedir perdón después de haberlo recibido ya tantas veces y pagado siempre con ingratitud…
Lejos de mirar el tiempo de la oración como un momento perdido, lo tenemos por el más feliz y precioso de nuestra vida, puesto que un cristiano pecador no debe tener en este mundo otras ocupaciones que llorar sus pecados a los pies de su Dios; lejos de considerar como primeros los negocios temporales y preferirlos a los de su salvación, los mira el cristiano como cosas de nada, o mejor, como obstáculos para su salud espiritual; no le preocupan sino en cuanto Dios le ordena que cuide de ellos, plenamente convencido de que, si él no los gestiona, otros cuidarán de hacerlo; pero que si no tiene la dicha de alcanzar el perdón y tener a Dios propicio, todo está perdido, ya que nadie cuidará de ello. No deja la oración sino con gran pena, los momentos empleados en la presencia de Dios le parecen brevísimos, pasan como el fulgor de un rayo; si su cuerpo sale de la presencia de Dios, su corazón y su mente se quedan constantemente delante de la Divinidad. Durante la oración, no hay que pensar en trabajo alguno, ni en arrellanarse en una poltrona, ni en tenderse en el lecho…
Para perseverar debemos frecuentar los sacramentos. En cuanto una persona frecuenta los sacramentos, el demonio pierde todo su poder sobre ella. Añadamos, sin embargo, que es preciso distinguir: esto sucede en aquellos que los frecuentan con las disposiciones debidas, que sienten verdadero horror al pecado, que se aprovechan de todos los medios que Dios nos concede para no recaer y para sacar fruto de las gracias que nos otorga. No quiero referirme a aquellos que hoy se confiesan y mañana caen en las mismas culpas. No quiero hablar de aquellos que se acusan de sus pecados con tanta falta de dolor y arrepentimiento cual si narrasen, por gusto, una historia.
Me refiero a los que salen del tribunal de la penitencia, o de la Sagrada Mesa, dispuestos a comparecer con gran confianza ante el tribunal de Dios, sin temor de verse condenados por no haberse preparado debidamente en sus confesiones o comuniones.
Para perseverar hemos de practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. O castigáis vuestro cuerpo de pecado, o no permaneceréis mucho tiempo sin recaer. Ved a S. Pablo, quien nos dice que trataba a su cuerpo como a un caballo. Ante todo, no hemos de dejar pasar comida alguna sin abstenernos de algo, para que, al fin de la misma, podamos ofrecer a Dios alguna privación. Las horas de dormir, de cuando en cuando debemos cercenarlas un poco. Cuando sentimos la comezón de hablar y deseamos decir algo, privémonos de ello en obsequio a Nuestro Señor. Ahora bien, ¿quiénes hay que tomen todas estas precauciones cuya importancia os acabo de anunciar? ¿Dónde están? ¡Cuán raros son ellos!, ¡cuán reducido es su número! Mas también son raros los que, habiendo recibido el perdón de sus pecados, perseveran en el feliz estado en que el sacramento de la Penitencia los pusiera. ¿Dónde iremos a buscarlos?
En resumen Si recaemos, como antes, apenas se presenta la ocasión, es que no tomamos mejores resoluciones, que no aumentamos las penitencias, que no redoblamos nuestras oraciones ni nuestras mortificaciones. Temblemos acerca de nuestras confesiones, por temor de que a la hora de la muerte sólo hallemos sacrilegios y, por consiguiente, nuestra perdición eterna¡ Dichosos, mil veces dichosos, los que perseverarán hasta el fin, ya que tan sólo para ellos es el cielo!…
Oración
Seáis, Virgen María, bienvenida a la tierra, alma santísima, llena de gracia, y principio de nuestro remedio, gloria del linaje humano, y singular hermosura y ornamento de todo el universo, vaso de escogimiento, armario riquísimo de todas las gracias, valle deleitoso matizado de flores eternas, estrella de Jacob resplandeciente, que aclaráis cielos y tierra, vara de Jesé florida, que alegráis el mundo. ¡Oh bendita inventora de la gracia, engendradora de la vida, madre de la salud; vuestra limpieza, Señora, excuse delante de vuestro Hijo la culpa de nuestra corrupción; y vuestra humildad agradable a Dios, cubra la muchedumbre de nuestros pecados (P. Alonso de Cabrera).