Entrada
Mar por la gracia que de ella redunda, por la compasión con que acompañó a su Hijo paciente; y por sus victorias sobre el infierno. (Bto. Dionisio Cartujano). – María es patrona del humanal linaje, y es a los afligidos socorro y singular medicina. ¿quién no habrá menester sus gracias y mercedes? (Casiano).
Amparo segurísimo, a quien nunca alguno ha servido ni invocado devotamente que haya sido condenado (S. Anselmo).
Rosa plantada junto a corrientes aguas, porque los mejores dones de la gracia fueron el pasto de su alma. (Vble. Hincmaro).
Inequívoco sendero del paraíso; camino el más breve y el más seguro para llegar a Jesucristo y por éste al Padre. (S. Buenaventura). –Santa Isabel, antes de saludar a María, fue llena del Espíritu Santo; el cual le hizo decir las palabras que no había pensado y profetizar lo que antes no sabía (S. Gregorio)
Aquella soberana Princesa que a todos hace misericordia y abraza con caridad copiosísima, y, como la Iglesia a nadie que quiera entrar en ella cierra sus puertas (S. Bernardo).
Volvamos a coger en la mano, amadísimos hermanos y hermanas, el rosario para expresar nuestra veneración a María, para aprender de ella a ser discípulos diligentes del divino Maestro, para implorar su asistencia celestial, tanto en nuestras necesidades cotidianas, como en los grandes problemas que angustian a la Iglesia y a toda la humanidad (Juan Pablo II).
Pues créanme, y no se embeban tanto, que es larga la vida, y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, cómo los pasó, y aun a sus apóstoles y santos, para llevarlos con perfección. Es muy buena compañía el buen Jesús, para no nos apartar de ella, y su sacratísima Madre, y gusta mucho de que nos dolamos de sus penas, y aún que dejemos nuestro contento y gusto algunas veces… Creo que dado a entender lo que conviene, por espirituales que sean no huir tanto de cosas corpóreas, que les parezca aún hace daño la humanidad sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que él se fuese: yo no puedo sufrir esto. A usadas que no lo dijo a su Madre sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre; y aunque le amaba más que ellos, era con tanta perfección, que antes la ayudaba (Sta. Teresa de Jesús).
Meditación
VOZ DE LO ALTO
Tú que aspiras a ser bueno, a ser grande, a ser útil, a ser santo, ¿cómo piensas ganar tu corona?
¿Llevando una vida dulce, muelle, alegre, brillante? ¡No! Se necesita valor, valor hasta el heroísmo, para mantenerse firme, para andar, para subir, para combatir, para irradiar en torno tuyo lo que el sol irradia: la luz, el calor, el gozo apacible.
Entrégate a Dios para que se sirva de ti como se sirve de la luz que alumbra, de la flor que embalsama, de la fruta que nutre.
Entrega a Dios todo tu corazón, pues necesita de Él, para permanecer puro, para ser fuerte, para abnegarse.
Entrega a Dios la nada que hay en ti; te dará en cambio el todo que hay en Él.
Con Dios, cuanto más se da, tanto más se recibe; cuanto más se abandona, tanto más se encuentra; cuanto más desprecia uno lo terreno tanto más se llena uno de lo divino.
No ames al mundo con sus alegrías locas y embriagadoras. Es acariciador y atrayente, pero hace esclavos. Tú consérvate libre.
Pasa por medio del mundo sin detenerte; sírvete de él, pero nunca a él te encadenes.
Cuando entres en casa, sacude lo que en la imaginación o los sentidos, te ha dejado el mundo en punto a vanidad, futilidad, recuerdos vanos…
Tu casa es un santuario; no olvides que esta palabra despierta en el alma muchas cosas grandes, santas, puras, abnegadas.
Ama tu hogar, ámalo mucho. Los goces de dentro valen más que los goces ruidosos de fuera.
La sonrisa de aquellos a quienes se ama es un bálsamo para todas las heridas del corazón.
Defiende tu espíritu de los pensamientos que te disipen, tu boca de la inutilidad de las palabras, tus ojos de la distracción de las miradas, tus sentidos de la negligencia, sin medida, tu corazón de cuanto lo impresione demasiado vivamente.
Consista tu gloria en abnegarte, y tu felicidad en practicar el bien.
Considera como día perdido aquel durante el cual no hayas dicho una buena palabra ni hayas dado algo de tu tiempo, de tu reposo, de tu haber, ni hayas hecho un sacrificio.
Gusta de vivir un poco a la sombra, sin ocultarte directamente.
Si tu espíritu es rico, cultivado, luminoso, irradiará, y se acudirá a ti como a la luz.
Si tu corazón es fuerte, abnegado, ávido del sacrificio, atraerá hacia sí, como el aroma de la flor que se esconde entre el follaje.
No te hagas molesto a nadie, y si alguien te hace algún mal, guarda para él en el corazón un dulce sentimiento de inagotable benevolencia.
Por amor de Dios perdonarías las grandes injurias; por el mismo amor perdona también esas pequeñas faltas de todos los días, esos olvidos a veces penosos, esas palabras molestas debidas a la irreflexión.
El corazón dulce y humilde sabe aceptar una irreflexión, resignarse a una negativa, tolerar una impertinencia, excusar una falta, soportar un pequeño padecimiento, sin perder la paz interior ni aun la tranquilidad en la mirada.
El ojo de Dios está siempre en ti, penetrando dulcemente en tu alma, alentándote, dirigiéndote siempre… ¡Oh! bajo esta mirada paterna! haz siempre el bien; hazlo con tanta alegría, que Dios pueda decir de ti a sus ángeles ¡Ved cuánto me ama!
Sobre todo y ante todas cosas, obra con ese pensamiento grabado en ti:
¡Dios me ama!
¡Sí, sí, pobre alma mía, Dios te ama! Amale tú, sobre todo en la persona de Nuestro Señor Jesucristo que se entrega a ti en la Sagrada Eucaristía.
Oración
Virgen purísima, hija de Adán según la carne, pero según la gracia Madre de nuestro Criador, ábreme las puertas del Edén del cual mi primer padre me arrojó con su pecado. En ti tengo esperanza y valimiento: cubre la desnudez en que me ha dejado la codicia de mis antiguos padres, trueca en vestiduras incorruptibles la corrupción de este mortal cuerpo. Si no corren ya sobre la tierra aquellos cuatro ríos de vida que el Altísimo envió sobre el paraíso, vengan a lo menos por ti sobre los tristes hijos de Eva todos los arroyos de la divina piedad (Sacada de la Liturgia griega).