Meditación del día

… para el mes de Septiembre

Entrada

Manantial de divinas bendiciones; prenda de amor y de providencia singular que Dios envía al humano linaje (Liturgia griega).
Anunciada tantas veces de los profetas y debajo de tantas sombras y misteriosas figuras dibujada y pintada (Ribadeneira).
Reparadora del mundo (S. Tarasio) –María es viña, no sólo por su virginidad, sino también porque fue la criatura de quien tuvo Dios gran cuidado de guardar (S. Guislerio).
Ilustre y clara por sus ascendiente, hija de reyes, descendiente de lo más noble y ahidalgado de la tierra; pero más noble y más clara fue por lo noble y ahidalgado de su Hijo (S. Pedro Damiano).
El alba en medio está de la noche y del sol; esta Virgen bendita medianera es entre los pecadores que viven en noche y entre Jesucristo nuestro Señor, sol verdadero. Y como no se puede pasar de la noche al sol sino por el alba, tampoco quiso Dios que alguno pasase del pecado mortal a la gracia sino por María. Hermano, no desesperes: ¿quieres ser curado? ¿quieres sanar de tus heridas mortales? Un hombre tiene el remedio, el Hijo de Dios, Jesucristo, que aboga por ti delante del Padre, y Él tiene en sus manos todas las cosas, y tiene las llaves de la muerte y del infierno, y de la vida y del cielo; porque si te recatabas de entrar en juicio en el tribunal del omnipotentísimo Padre, no te recates de entrar en el juicio de él, que aunque es un mismo Dios con el Padre, es hombre contigo, y dio la vida por ti… Mas porque el desmayo y temor que causa el pecado en quien lo comete es en gran manera muy grande, y con su gran peso hizo desesperar a Caín y a Judas y otros muchos, y conociendo Dios esto, quiso, como S. Bernardo dice, consolar nuestra flaqueza, confortar nuestro temblor con darnos por abogada a esta Virgen bendita que hoy nace: cobra, hermano, alientos nuevos, pues estás en el nacimiento de esta alba muy alegre (S. Juan de Ávila).

Meditación

CUMPLIR TU OBLIGACIÓN

Cada obligación olvidada es un vacío que se hace en el alma y una entrada que se permite al demonio.
Es un empobrecimiento de fuerza y de luz.
Es el principio de una desorganización.
La obligación es la acción mandada por Dios, la acción debida a Dios, la cual ha de ser. hecha a tal hora, hecha de tal manera, hecha con toda la perfección de que uno es capaz en el momento presente.
Toda acción buena, aun superior en bondad al que impone la obligación, pero cumplida con menoscabo de la que debía ejecutarse en aquel preciso instante, no pierde, es cierto, su bondad natural, mas para el que la hace, no sólo es nula, sino que le hace culpable, más o menos gravemente, o de desobediencia o de indiferencia, o de sensualidad.
Hacer algo en vez de lo que impone la obligación, es hacer lo que Dios no quiere que se haga en este momento.
¿Conocéis la leyenda que nos muestra a S. Ignacio de Loyola en conversación con el demonio?
Este soldado vuelto a Dios sintió, al salir de Manresa, su alma inundada de luz y su corazón incendiado por una pasión que debería ser conocida de toda alma cristiana: la pasión de la gloria de Dios.
Entonces, cuando a la edad de treinta años sólo sabía manejar la espada, comprendió que Dios quería ser glorificado por él mediante la palabra.
Para ello tomó asiento en los bancos de una escuela, alternando con niños; en su sencillez de santo, conjugaba con ellos el verbo amar. Escribía y aprendía trabajosamente su composición, es decir, su obligación de aquel momento, las personas, los tiempos, los modos de su primer verbo; Satanás mientras tanto, inclinado sobre el hombro de Ignacio, lo contemplaba.
–Yo amo– escribe y repite en voz baja el escolar.
–¿A quién amas, Ignacio?–pregunta el tentador.
–Amo a mi Dios– responde con viveza el Santo.
Al decir esto, deja la pluma y se entrega a la arrobadora idea del amor de Dios. Y pasa el tiempo sin que la composición vaya adelante; al fin vuelve a tomar la pluma.
–Yo amaba– escribe y repite en voz baja.
–¿Qué amabas, Ignacio?
–La vanidad y la mentira.
Y de sus ojos caen lágrimas a torrentes; llora sus pasados extravíos… Y la composición queda detenida.
–Yo amaré– escribe de nuevo S. Ignacio, tras buen rato de silencio
–¿Qué amarás, Ignació?–replica el seductor tratando nuevamente de desviarle de su deber.
Pero he aquí que se ilumina súbitamente el espíritu del Santo; advierte que muy bueno es amar a Dios y llorar los pecados, pero que ahora debe estudiar para poder glorificar a Dios mediante la palabra.
–Atrás, Satanás, atrás! –Exclama.
Y volviendo a tomar su pluma, acaba el verbo amar.
Esta historia es la nuestra, la de todos aquellos a quienes se ha impuesto una obligación precisa; estudiantes, maestros, criados, obreros de la pluma, trabajadores, empleados en ocupaciones mecánicas… obligación que interrumpimos para aplicarnos a lo que más nos agrada.
Cierto, que el deber es frecuentemente difícil por los esfuerzos a que obliga, difícil por la constancia que exige, difícil por la monotonía que engendra, difícil por los escasos resultados que permite entrever.
Pero continúa siendo siempre el deber impuesto por Dios; y si así lo consideramos escucharemos estas palabras que dan constantemente fuerza y energía: El que cumple su obligación, jamás está solo.
En él, con él, junto a él, tiene siempre a Dios.
A Dios, juez justo, que ve todas sus luchas, cuenta sus esfuerzos y mira menos al buen resultado que a la generosidad de la voluntad.
Si alguna vez te sobrecoge el desaliento, acuérdate del P. Lacordaire. Se le ponderaban en cierta ocasión las dificultades de una empresa que constituía para él una obligación, Señaló al cielo, y respondió: Sólo sé una cosa, y es que mañana se levantará el sol sobre mi cabeza y que la Providencia se habrá levantado antes que yo.
Sí, siempre antes que tú, preparándote el trabajo que has de hacer o el dolor que has de soportar.
Mientras puedas decir: estoy en donde Dios quiere, hago lo que Dios quiere, padezco lo que Dios quiere, sentirás su Providencia a tu lado, dispuesta a ayudarte para hacer o padecer lo que Dios exija de ti.

Oración

En el Éxodo leemos que dijo el Señor a Moisés: Harás un candelabro de oro purísimo. Este candelabro de oro puro sois Vos, Señora, en quien puso su lumbre la Eterna Sabiduría para buscar el perdido dracma. en Vos ponen sus ojos las hijas de Jerusalén para correr tras el olor de vuestros pasos, y tras los destellos de luz que dejan vuestras virtudes. También sois Vos la mesa en que descansan los libros de la ley y de los divinos misterios; los panes de proposición, por el alimento que a todos repartís con vuestras virtudes; urna, por la compostura y gravedad de vuestra vida exterior; maná, por la indecible suavidad de vuestras palabras; vara por la autoridad; tabla del testamento, por la plenitud de sabiduría; y propiciatorio, en fin, por las grandes entrañas de piedad que todos han reconocido y reconocen siempre en Vos ( S. Ildefonso).

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Jaime Solá Grané

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