Meditación del día

… para el mes de Septiembre

Entrada

Madre, sobre toda hermosura y gentileza excelente, cuyos ojos son como dos soles que iluminan la Iglesia, y como dos fuentes de su prosperidad (Blosio).
Acueducto que nace del paraíso, estos es, del seno mismo de las delicias de las misericordia de Dios (Bernardino de Bustos).
Rosa primaveral cuya fragancia celeste recrea el ambiente (Tritenio).
Iris que despliega tal hermosura y número de colores, esto es, de gracias y virtudes, que no hay edad que no quede muda de asombro (Ernesto de Praga).
Los filósofos de la genialidad decían que la obligación del hijo era infinita y la segunda después de Dios, y que se habían de reverenciar a los padres como a dioses; pues cierto es que no faltó Jesús en la obligación de hijo, y que miró a María como a quien debía casi infinito. Y aunque es verdad que el Verbo no tuvo a su Padre obligación por su generación divina, ni le debió respeto de causa natural, ni moral, porque no fue engendrado libre y voluntariamente de Dios ni causado de él. Pero en la filiación humana de María, la miró como a quien debía infinito, habiendo recibido de ella la vida y el ser hombre y como quien fue causa de su naturaleza humana, no sólo natural, sino moral, porque voluntariamente le quiso engendrar, teniendo de esta manera Dios semejante obligación, a una Virgen que las criaturas tienen a Dios (P. Nieremberg).

Meditación

CÓMO SE FORMAN LOS SANTOS
Los santos no nacen santos; se hacen; es trabajo, no de algunos días ni de algunos años, sino de toda la vida.
Aun los mejores desfallecen; sólo que, a diferencia de los débiles, se levantan y ponen manos a la obra con nuevo ardor.
Bueno es recordar estas ideas elementales de las imperfecciones de los santos, de los momentos de mal humor, que, a pesar de ellos, se nota en su rostro, de las palabras a veces vivas que se les escapan, de sus debilidades, y aun de sus mismas caídas, ordinariamente más aparentes que reales, por las cuales son juzgados severamente.
Experimentan la necesidad de ser buenos, muy buenos, y por permisión de Dios, que quiere mantenerlos en la humillación, parecen egoístas: tratan de ser afectuosos, y sólo consiguen molestar; desean complacer, y son torpes en sus procedimientos; se esfuerzan en decir una palabra alegre y expansiva, y hieren o enojan.
Estas pobres y queridas almas se repliegan entonces sobre sí mismas; desean retirarse a la soledad, y considerándose como paralizadas, se quejan a Dios de su impotencia para darlo a conocer y hacerle amar. Es que no ven que, bajo esa envoltura, desagradable a las mirada humanas, se perfeccionan, como bajo la rugosa corteza del árbol durante el invierno, se fortifica la savia.
A esas almas, más numerosas de lo que se supone, porque no se sospecha, su dolor intimo, es bueno repetir que la vida de los santos, tal como se nos presenta, no dice siempre la verdad entera.
Esas vidas nos muestran con mucha frecuencia a los santos como impasibles e impecables, por encima y fuera del género humano… amados, apreciados, haciendo siempre a su alrededor un bien que brilla y permanece; humilde, verdad es, pero repartidores por todas partes del buen olor de Cristo.
Muy hermoso es esto, pero muy desalentador también.
No, la vida de la mayoría de los santos, no es esto; en el santo se transparenta siempre, más o menos, el hombre.
Lo que hay de humano en su impotencia, en su debilidad, en sus decepciones, en sus humillaciones, en sus profundas tristezas, en sus conatos de entusiasmo, en el desamparo de aquellos con quienes contaban para ser sostenidos, animados, defendidos, levantados… No queda suficientemente indicado.
Mostradnos, pues, los santos en su vida cotidiana, tropezando, como nosotros, con obstáculos que detienen su ímpetu hacia el bien, paralizan sus esfuerzos, y los inducen al desaliento, sobre todo cuando han recibido una misión exterior.
Esos obstáculos proceden a veces de las faltas involuntarias que cometen; de su carencia de tacto debido a la vivacidad de su temperamento; de los roces que producen, resultado de su ardor poco mesurado.
Esos obstáculos proceden asimismo de la apatía de aquellos con quienes tienen que obrar en común, los cuales no entienden la grandeza de la obra emprendida, o, por una malevolencia mal entendida, no quieren secundarlos, o les niegan su confianza.
Ante esos obstáculos, ésta es la acción del santo.
Una su oración, más humilde, más perseverante, dirigida a Dios, que todo lo puede; a Dios, que le enviará a quien se somete plenamente en lo tocante a cualquier empresa y a su resultado; a Dios, ante quien tan incapaz se considera.
Una su confianza,frecuentemente renovada, la cual, a cada nueva oración, le da nueva energía.
Una conformidad, franca, generosa, sobrenatural, con el poco lucimiento de sus actos; si es preciso se retirará humillado, pero tranquilo.
Una humildad para pedir consejo, para aceptar generosamente los avisos.
Un valor para volver a empezar cada día, para luchar enérgicamente contra lo malo que nota en sí mismo, y para luchar fuerte, pero suavemente, contra los que se oponen a él.
Una caridad interior para no pensar mal de nadie; y caridad exterior para no denigrar a nadie.
Tal es el santo. Fórmese poco a poco, pero ¡con qué trabajo y dolor!
Huye del esplendor y del bullicio; si es objeto de alguna aclamación, se humilla, pero la acepta con sencillez.
Procura antes ocultarse que manifestarse; sólo Dios sabe cuánto le cuesta tener que exhibirse.
Prefiere el trabajo interior de su alma, únicamente visto de Dios, al trabajo exterior visto de los hombres; pero sabe olvidarse para entregarse a los demás.
Se la encuentra siempre dispuesto a acudir en ayuda del prójimo; y a fuerza de combates interiores contra el egoísmo, llega a permitir que todo el mundo se valga de él con tal facilidad, que acaban por pedírselo todo, sin pensar en darle las gracias.
Tiene por divisa estas palabras de S. Pablo: Todo para todos; pero sólo Dios lo sabe; las repite cada día para sus adentros, y cada día pide a Dios gracia para comprender la profundidad de ellas.
¡Todo para todos! Palabras que resumen la vida de los santos.

Oración

Bien sabes tú, Reina de misericordia, que viniste al mundo para que de Vos naciera el mismo soberano Señor nuestro Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en quien con entero ánimo creo y en cuya piedad infinita espero; para que fuera de todos el Salvador quien era su Criador, y tuviera en ti tal Madre que fuera la común intercesora. Mas tú, Señora, eres madre y juntamente virgen, en el parto, antes del parto y después del parto. Alegra, por tanto, tus entrañas los goces de madre y la aureola de virgen, los honores del universal señorío, y la plenitud de la gracia y de los dones que en el alma te dejó el Espíritu Santo haciéndote su morada, pues lo que prometió el purísimo mensajero, lo cumplió y perfeccionó la Divinidad (S. Anselmo).

About the author

Jaime Solá Grané

Deja un comentario

%d