Introito
Madre de nuestra conversión, pues muertos por el pecado nos cubre con el calor de su caridad hasta devolvernos vivos en los brazos de Dios (S. Alberto Magno).
Archivo de todas las riquezas de las sabiduría y de la ciencia de Dios y de los hombres (M. Villalprado).
Relevante cima y principio eminente de todas las criaturas, porque sobre todas ellas está en cuanto a la gracia y en cuanto a la gloria (S. Antonino).
Has engendrado a los cristianos. S. León Magno decía que «los hijos de la Iglesia fueron engendrados con Cristo en su nacimiento y la Lumen gentium afirma, a su vez, que María «es verdadera madre de los miembros de Cristo, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza» (n. 53). Esto significa que el sí de María también fue, de alguna manera, un sí dicho a nosotros. Al concebir a la Cabeza, ella también nos concebía, os sea, a la letra, nos acogía juntamente con él, al menos objetivamente, a nosotros, que somos sus miembros. A esta luz, la Santa Casa de Nazaret se nos presenta como la casa común en la que, misteriosamente, también nosotros hemos sido concebidos. De ella se puede decir lo que un salmo dice de Sión: «Todos han nacido en ella» (Sal 87,5) (Juan Pablo II).
Meditación
MI SILENCIO TE HABLARÁ
No es cosa sin importancia hacer que reine en mí el silencio. Yo admiro cuando hacen mella las palabras duras y las decepciones, cuando desconcierta el choque brutal de la prueba;es iagual al silencio heroico y crispado del paciente, a quien se le está operando sin anestesia.
Creo, Dios mío, en los silencios que te dan la mayor gloria, como en una iglesia, en el momento de la consagración, cuando todo se calla bajo las bóvedas. He visto lágrimas silenciosas, las que tú seguramente habrás convertido en perlas eternas; las lágrimas resignadas, sin amargura y sin odio, que son buenas porque son verdaderas. Y he visto también esos silencios que son magníficas y solemnes aceptaciones, más sinceras que todas las fórmulas, por elocuentes que sean, y en las que uno se envuelve como en su último sudario.
¿Qué puedo decirte cuando aparezcas? Cuando vengas a llevarme en el último día, ¿podré recibirte con discursos? El gran silencio de la aceptación o del arrobamiento será mi única respuesta, y por eso quisiera prepararla hoy, callándome.
No he sido bautizado en mi nombre, sino en el tuyo; no se me pide hablar, sino ser; ni componer frases acerca de la virtud, sino dejarla crecer en mí, como los pimpollos de las rosas que se abren sin ruido en sus cálices, que resultan ya demasiado estrechos para contenerlos. Todas mis acciones deberían hundir sus raíces en el silencio interior, y debería haber en mi alma un rincón profundo que ignorara los bullicios y los trastornos.
Para obrar mejor, para secundar del modo más suave posible tu operación sobrenatural, debo acallar mis rumores. Te ofrezco, pues, el humilde fruto de mis silencios. En ese silencio hay una victoria sobre todas mis íntimas dispersiones, sobre toda esa ávida multiplicidad, que me arroja ruidosamente fuera de la paz. Hay en él una confesión de que fuera de ti no existe reposo operante, y de que, como tu plenitud desborda mi miseria, no tengo más que dejarme invadir por ella para librarme de la muerte. Hay en él, finalmente, un gran deseo, tranquilo y firme, el deseo de situarme por fin el no definitivo y eterno, y de hacer brotar la verdad serena en medio del caos confuso de mis locuras. Mi silencio es tu victoria.
Como tus discípulos que cuando se callan es para escucharte, para cederte el puesto, para no estorbar tu acción y para permitirte modelarlos conforme a tu idea divina. Este silencio no es una puerta cerrada, sino una vía de acceso y el único medio que tenemos nosotros, pobres enfermos, para colaborar con el único médico de nuestras almas.
Y si mis palabras no salen más que de la semilla del silencio, si no son más que la expresión de tu pensamiento en mí podré tal vez esperar que en el día de las retribuciones no me encuentres demasiadas palabras inútiles.
Oración
Dios te salve, María suavísima, llena eres de gracia, y el Señor es contigo. Dios te salve, puerta del cielo, entrada del paraíso, estrella del mar, alegría del mundo, refugio de los pecadores, puerto de los que navegan, ayuda de los que peligran, camino de los descaminados, salud de los desahuciados, medianera del mundo, muerte del pecado, espanto del demonio y terror de los espíritus malignos. Por aquella singular gracia que hallaste en los ojos de Dios, y por aquella inestimable prerrogativa con que te escogió por Madre y te adornó y sublimó sobre toda pura criatura, te suplico humildemente, que me alcances perdón de mis pecados y me recibas por esclavo, pues juntamente eres Madre de Dios y Madre de pecadores. Por aquella turbación y casto silencio que como verdadera humilde tuviste cuando oíste alabarte al ángel S. Gabriel, te pido, Señora mía, que me impetres verdadero conocimiento de mí mismo, para que despida de mí cualquier vana alabanza (Ribadeneira).