Meditación del día

… para el mes de Septiembre

Introito

María, muestra viva del divino poder: derrítense como la cera al fuego los demonios doquier que hallan este nombre de María al ser muchas veces invocado o nombrado (S. Bernardo).
Áncora segurísima de salud. Algunas veces se alcanza más presto la salud invocando el nombre de María que invocando el nombre de Jesús, único Hijo suyo y Señor nuestro; no porque la Madre sea más poderosa que el Hijo, pues no es grande y poderoso el Hijo por la Madre, sino la Madre por el Hijo; sino porque Cristo, llamado por su nombre, no oye luego al punto, por justas causas que tiene para ello. Pero invocado el nombre de su Madre, aunque los méritos de quien le invoca no merezcan que sea oído, interceden los méritos de la Madre para que sea bien despachado (S. Anselmo).
Real libertadora de nuestra servidumbre. No hay hombre, por muy frío que esté su corazón para con Dios, que invocando el nombre de María con resolución firme de no volver más a pecar, no se vea en seguida libre de la servidumbre del demonio (Sta. Brígida).
Insigne apoyo de los hombres (S. Efrén).
Invocado su nombre hace huir a sus enemigos y da seguridad a sus siervos (S. Germán).
Aura que sopla sobre las almas trayendo paz y despertando amor (Liturgia griega).
Así como en el nombre de Jesús se dobla toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que en el infierno, así el sonar el nombre de María los cielos se inclinan, la tierra se postra y tiemblan los poderíos del infierno (Pref. del Misal Ambrosiano).

Meditación

Las puertas del Infierno

Muy espacioso es el camino que conduce al Infierno, y muchas son las personas que por él transitan: (Mt 7, 13). Varias son también las puertas del Infierno, bien que se hallan colocadas acá en la tierra. Esas puertas son los vicios, con los cuales el hombre ofende a Dios, y atrae sobre sí los castigos y la muerte eterna. Pero entre los vicios hay cuatro principales que arrastran al Infierno mayor número de almas, y acá en la tierra llaman sobre el hombre los castigos divinos, a saber: el odio, la blasfemia, el hurto, y la impureza. Ved ahí las cuatro puertas que franquean su entrada al mayor número de las personas que se condenan.
La primera puerta del Infierno es el odio. Así como el Paraíso es el reino del amor, así el Infierno es el reino del odio. Padre, dice uno, yo soy de mío agradecido, aprecio a los amigos; mas no puedo tolerar al que me injuria. Pero, hermano, sepas que lo que ahora dices y estás haciendo, lo practican también las fieras. Querer bien al bienhechor, es cosa harto natural. Dice Jesucristo, atiende a mi ley, que es ley de amor; yo quiero que vosotros, que sois discípulos míos, améis también a vuestros enemigos: y derraméis beneficios a los que os quieren mal: y si otra cosa no alcanzareis, orad al menos, y socorred con vuestras oraciones a los que os persiguen, y entonces seréis hijos de Dios vuestro padre. Con razón, pues, dice S. Agustín: que el amor sólo es el que demuestra quienes son los hijos de Dios, o los del diablo. Así lo practicaron los santos, amando a sus enemigos. Santa Catalina de Sena socorrió en una grave enfermedad, y asistió largo tiempo como criada, a una mujer que la había difamado en punto de honestidad. S. Acayo vendió sus bienes para acudir al socorro de cierto sujeto que le había quitado la fama. S. Ambrosio señaló una pensión diaria y suficiente para pasar cómodamente la vida a un sicario, que había atentado contra sus días. Esos, sí, que pudieron verdaderamente llamarse hijos de Dios.
¡Cuán bella esperanza de ser de Dios perdonado atesora, quien perdona al que le ofendió! De Dios mismo obtiene la promesa de su perdón. Perdonad y seréis perdonados. Perdonando a los otros te has perdonado a ti mismo. Mas el que arde en deseos de venganza, ¿cómo podrá pretender que le sean perdonados sus pecados? Este, al rezar el Padre nuestro, se condena a sí mismo; pues diciendo: perdónanos como nosotros perdonamos; si quiere vengarse, viene a decir a Dios: Señor, no me perdonéis, porque yo no quiero perdonar. Pero no dudes que serás juzgado sin misericordia tú, que no quieres usar de misericordia para con tu prójimo. Si apeteces, pues, la venganza, hermano mío, despídete del Paraíso. Los perros, por su propensión a la rabia, son el emblema del vengativo, y tales perros son arrojados del Paraíso, y tienen un Infierno acá y por allá. El que abriga odio, dice S. Juan Crisóstomo, no disfruta jamás de paz sino que vive en continua tormenta.
No pierde en manera alguna la honra aquel que tras la injuria dice: Cristiano soy, no puedo, ni quiero acudir a la venganza. El que así se comportare, lejos de perder el honor, lo adquiere, y salva al mismo tiempo su alma. Si ocurriere, pues, el recibir una ofensa, ¿qué deberemos practicar? En el calor de la pasión recurramos a Dios sin tardanza, recurramos a María Santísima, a fin de que nos presten su auxilio, y nos den fuerzas suficientes para perdonar; y digamos entonces con afán: Señor, yo perdono por amor de Vos la injuria que acabo de recibir, y Vos, por vuestra misericordia, perdonadme a mi las repetidas ofensas que os tengo hechas

Oración

Mi alma desea bendeciros, ¡oh Señora! y alabar en Vos los arroyos de consuelos que enviáis sobre vuestros servidores. Bendito sea el nombre de vuestra gloria, y glorificado, y alabado, y ensalzado por los siglos. Vos sois puerta del paraíso, dispensadora de la gracia del Espíritu Santo, maestra de toda ciencia, y de toda humana y divina doctrina, inspiradora de los humildes y castos afectos. Sois sobre todos los patriarcas clarísima en la fe y en la paciencia; sobre todos los profetas penetrante escudriñadora de la sabiduría y de los arcanos sentidos de Dios; sobre todos los apóstoles perfecta en santidad encumbradísima; sobre todos los mártires mansísima en el padecer; sobre todos los confesores ardentísima en el sacrificio; y sobre todas las vírgenes excelente en limpieza. No dispensan todos los Ángeles y Arcángeles juntos el tesoro de gracia así como Vos lo dispensáis; ni las Dominaciones os igualan en poder para desterrar y vencer concupiscencias; ni las Potestades y los Principados en derrocar la soberbia del infernal enemigo; ni los Tronos dilatan como Vos dilatáis el reinado de la paz; ni los Querubines extienden tales rayos de sabiduría que semejen los vuestros; y todo el ardor de los Serafines es sombra parangonada con el vuestro. Sednos, pues, propicia, que mereciendo vuestros desvelos ya no podemos temer (S. Ildefonso).

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Jaime Solá Grané

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