Entrada
Oh hombre, cualquiera que tú seas, que tienes desengaño del cielo y ves con claros ojos que en el mar tempestuoso de esta vida más andas fluctuando entre las olas y tempestades que por tierra segura y firme, no quites los ojos del resplandor de esta estrella, si no quieres ser anegado con la tempestad; si se levantaren los vientos de las tentaciones, si dieres en los peñascos de las tribulaciones donde suelen peligrar incontables almas, mira esta soberana estrella, llama a María; si eres arrojado de una parte a otra con las olas de la soberbia, ambición, detracción o envidia, mira esta estrella, llama a María; si la ira, la avaricia o alguna suciedad de la carne combatiere la navecilla de tu entendimiento, mira a María; si turbado con la gravedad de tus pecados, confuso con el remordimiento de tu conciencia y espantado con el horror del juicio divino, comenzares a ser sumido en el profundo de la tristeza y en el abismo de la desesperación, pon en tu pensamiento a María; en los peligros, en las angustias, en las cosas dudosas, piensa en María y llámala de corazón, no se aparte de tu boca y tu corazón, y, porque alcances el sufragio de su Oración, no dejes de seguir el ejemplo de su conversación celestial, que siguiendo este norte y estrella no te apartas del verdadero camino, y rogándola no desesperes, y poniendo en ella tu pensamiento no yerras, teniéndote ella de su mano no tengas miedo que caigas, guardándote ella no tienes que temer, y con tal guía no te cansarás, y teniéndola propicia llegarás al puerto que deseas, y así en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dice de la Virgen que su nombre es María, que quiere decir estrella del mar (S. Bernardo).
Regia celestial dispensadora que procura y da gozo a los santos, porque no la puedan mirar sin alegría; y tan alta la contemplan, y tan ensalzada sobre la gloria de todas las criaturas, que es causa de honor a ellas y de tener a Cristo por hermano y a la Virgen su reina por madre, que son reyes de los cielos y de la tierra (Fr. Ambrosio Montesino).
Meditación
LA ORACIÓN
Es medio para excitar el celo apostólico la Oración de súplica. Esta Oración es el arma poderosísima para derrocar a los enemigos espirituales del hombre; es la llave con la que podemos abrirnos las puertas de la eterna felicidad, además de la escalera segura que con mano caritativa podemos colocar entre el cielo y la tierra, para que nuestro prójimo suba a la gloria, como subían los Ángeles por la escalera que en sueños vio Jacob y que es la figura más expresiva de la Oración. Ella es el medio o instrumento ordinario de la Providencia para conceder sus gracias a los hombres, sin excluir la gracia suprema que es la salvación eterna. Hay en el mundo un número infinito de hermanos nuestros que no tienen fe, ni instrucción, ni gracia; y no saben o no pueden, o no quieren pedir para sí mismos estos auxilios. ¿No es muy justo, no es muy conforme a la caridad que nosotros nos interesemos por ellos, y les alcancemos con la Oración el don de la fe y de la gracia? Un día Jesús curó a un paralítico en atención tan solo a la fe de los que se lo presentaron: también en atención tan solo a nuestra fe y a nuestras súplicas liberará de la parálisis de la infidelidad y del pecado a muchos de nuestros infelices hermanos. Tened un fe firmísima y vuestra Oración será omnipotente.
Escribe S. Antonio M.ª Claret : « El primer medio de que me he valido y me valgo siempre es la Oración. Este es el medio más principal de todos los que yo he considerado que debía usarse para obtener la conversión de los pecadores, la perseverancia de los justos, y el alivio de las almas del purgatorio, y por eso en la Meditación , en la Misa, rezo y demás devociones que practicaba y en las jaculatorias que hacía, siempre pedía a Dios y a la Santísima Virgen María estas tres cosas. No solo pedía yo, sino que, además pedía a los demás que también pidieran. A este fin, les pedía que oyesen Misa y que recibiesen la sagrada Comunión… También les decía que se valiesen de la Visita al Santísimo Sacramento y del Via Crucis…. que se encomendasen mucho a María Santísima, que le rezasen y suplicasen lo mismo; que se valiesen de la devoción al Santísimo Rosario… Jamás me olvidaba de invocar al glorioso San Miguel y a los Ángeles Custodios… porque he conocido visiblemente la protección de los Ángeles…»
Dijo Arquímedes que con un punto de apoyo, él solo, con su palanca se atrevía a levantar la máquina del mundo, Lo que imaginó aquel célebre matemático lo podemos realizar los cristianos para levantar el mundo de su postración, esto es levantar a las almas del abismo del pecado y levantarlas a la altura de la gloria eterna. Tenemos esta palanca poderosísima, tenemos un apoyo perfectamente seguro. Esta palanca es la Oración, y este apoyo es la promesa divina de escuchar nuestras oraciones, promesa clara y terminantemente auténtica, solemne. Escuchad sus palabras: Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad a la puerta y se os abrirá»
La Oración exige atención, pensando en lo que pedimos y a quien lo pedimos. La humildad, ya que en la Oración nos presentamos ante Dios como pobres mendicantes. La confianza que no es difícil excitarla en nosotros, si consideramos la bondad, la misericordia, la benignidad y generosidad infinitas de Dios. La perseverancia, sin cansarnos jamás de pedir. Finalmente, nuestra Oración ha de estar hecha en Nombre de Jesucristo.
Oración
María, a tan puro manantial viene sedienta mi alma; a tal cúmulo de misericordia invoca mi gran desdicha y miseria. En la medida de nuestra pequeñez, te hemos acompañado, Señora, con alabanzas y manifestaciones de júbilo en tu gloriosa salida a los reinos empíreos, ahora cumple a tu piedad ostentar sobre el mundo el indecible caudal de gracia que has recibido, dando a manos llenas perdón a los culpados, a los enfermos medicina, a los flacos de corazón robustez, y rompiendo las cadenas que tienen atados tus santos. Venga también por tus ruegos en estos días de regocijo toda la gracia y clemencia de tu Hijo Jesús sobre estos servidores tuyos que no aciertan a dejar nunca la invocación de tu suavísimo nombre (S. Bernardo).