Meditación del día

… para el mes de Agosto

Entrada

Magnífica tienda del Muy Alto que en los días de Asunción pasó desde los campos de Cedar a las inmortales regiones de la gloria (S. Andrés Cretense).
Arca del nuevo Testamento, a cuyo encuentro salió con toda majestad el Señor de la gloria (Pedro Blosense).
Reina a quien vieron las doncellas y la llamaron bienaventurada, y las reinas la alabaron diciendo: ¿quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden? (Anónimo).
Incomparablemente mayor que todos los ángeles juntos, y más elevada que todas las esferas celestes imaginables, y más poderosa ella sola que toda la corte del cielo (Dioniosio Cartujano).
Amiga del Espíritu Santo, que le dio en prenda de amor sus más suaves carismas (Dionisio Cartujano).
Resulta extraño que las piadosas mujeres corrieran tan de mañana al Sepulcro, a ungir con más calma el cuerpo de Jesús… y la Santísima Virgen no se moviera de su casa y nos las acompañara. ¿Cómo explicar todo esto? María tenía tan grande la confianza en la palabra de su Hijo… estaba tan firme en ella, que más que confianza tenía la certeza y seguridad de su Resurrección. Ésta es la razón por la que no va Ella a embalsamar el cadáver de su Hijo.. y por la que los EvangelisTas no creyeron necesario decir nada de la aparición de Jesús a su Madre, ya que fue tan distinta y con fin tan diverso de las demás. Jesús se aparece a María, tan sólo para hacerla partícipe de su triunfo, como lo fue de sus tormentos y de su Pasión…, pero no para animarla y darla fuerzas que nunca perdió, porque no titubeó en su firme esperanza (P. Rodríguez Villar).

Meditación

Después de comulgar piadosamente un alma abnegada se ofrecía a Jesucristo con estas palabras:
«Dios mío, ya veis se os abandona. ¡Es tan reducido el número de los que acuden a Vos!
Bien ves que no se os ama. ¡Son tan frías, tan distraídas, tan poco verdaderas, tan poco nacida del corazón las oraciones que se os dirigen!
Bien veis que no se os conoce. ¡Es tan poco respetuosa la actitud de los que todavía acuden a vuestra presencia, atraídos ya por la costumbre, ya por el aparato de las fiestas brillantes!
Bien veis que las almas se separan de Vos sin llevarse nada, nada vuestro; que en la familia su vida es frívola como después de volver de paseo de hacer una visita fastidiosa.
Dios mío, ¿no sois ya el Jesús de Belén y Nazaret, el Jesús que consolaba, que curaba, que daba paz y alegría, y hacía exclamar. Vamos a Él?»
Al alma que así rezaba, le pareció que Jesús le decía:
«Acerca a mi Tabernáculo, acerca en gran número a los niños.
Enséñales a decir:
Jesús, os amo de todo corazón.
Yo habitaré en sus puros corazones, y depositaré en ellos algo de divino, como depositaré el aroma en las flores.
Ellos a su vez, sin advertirlo, me llevarán a sus familias.
Por medio de ellos me acercaré, cuando los niños los abracen, al padre, que no me conoce, y a la madre, que me ha olvidado. Y este padre y esta medre notarán, desde el primer momento, un vago deseo de ser mejores; después, si todos los días, si a menudo siquiera, me acerco a ellos por el afectuoso abrazo del niño en quien yo viva, volverán a mí.
Ve, pues, y con el pretexto de distraerlos, reúne de cuando en cuando diez, veinte niños; atráelos, condúcelos cerca de mí.
Hazles juntar las manitas, y que digan contigo:
«Jesús mío, os amo de todo corazón»
Esto escuchó.

Oración

No dejaremos de invocarte, Virgen benditísima, hasta que tengamos llena el alma de los efectos de tu piedad. Y me da en el alma tal suavidad y recreo cuando te llamo, que no acierto a dejar de llamarte, y tanto es lo que lo hago, que ya tengo apagada la voz. No detengas por más tiempo tu mano, dejando al cuitado sin remedio, porque si todavía tardares de venir en mi ayuda, mi voz se secará del todo en mi garganta. Y ¿qué será de mí si no fueren atendidos mis ruegos, ni me queda medio para reiterarlos? ¿qué será de mí si privado de decirte mi necesidad me están cerrados tus suavísimos pechos? No te pares, Señora, en mi miseria; mira a tu misericordia y apresúrate a concederme tu ayuda. Corre, Señora, que me rodea el enemigo para devorarme; tiende la mano para arrancarme de sus manos, y sirva yo a ti en servidumbre para confesión de gran piedad (S. Buenaventura).

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Jaime Solá Grané

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