Entrada
Como aquella mujer del Evangelio lanzó un grito de admiración y bienaventuranza hacia Jesús y su Madre, así también vosotros, en vuestro afecto y en vuestra devoción soléis unir siempre a María con Jesús. Comprendéis que la Virgen nos conduce a su divino Hijo, y que Él escucha siempre las súplicas que le dirige su Madre. Esa unión imperecedera de la Virgen María con sus Hijo es la señal más confidencial y fidedigna de su misión maternal, tal como nos lo demuestran las palabras dirigidas en Caná: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). María nos exhorta siempre a ser fieles al Evangelio, como ella lo fue, pues su vida es un testimonio de fidelidad a la palabra y a la voluntad del Padre (Juan Pablo II).
Monte en quien todos los días se transfigura el Señor a los ojos de los pecadores, pues las iras que en sí mismo halla para castigo de sus maldades, se truecan en María en rayos de mansedumbre (S. Antonio de Padua)
Arroyo que alegra los humanos pechos, tálamo del Sol eterno, hermosura innegable, avenida de leche y miel que ennoblece los corazones más endurecidos (Anónimo).
Rayo de la divinidad (S. Bernardo).– Vívida centella que parte incesantemente de Dios para derramar la claridad por todo el mundo (S. Buenaventura).
Imagen parecidísima del Sol verdadero, que brilla incomparablemente sobre todos los astros que rodean al trono de la Majestad divina (Arnaldo Bresciano).
Aurora también, porque en ella quedaron cerrados los días de la Ley antigua y se abrieron los de la Ley nueva, de la misma suerte que la aurora es término de la noche y principio del nuevo día (S. José el Himnógrafo).
Las riquezas del alma son las virtudes. A las otras criaturas, las virtudes les son dadas aisladamente; a María le fueron dadas en conjunto. Las virtudes constituyen su diadema, su vestido, su ser entero.
Contad las estrellas del cielo, las gotas de rocío que caen cada mañana, y cuando hayáis hallado la suma de ellas, multiplicadla, volvedla a multiplicar, y decir: Más numerosas son las virtudes del alma de María (Mons. Sylvain).
Meditación
EL QUE ERA
Teniendo que vivir en el presente, no puedo sin embargo extirpar los recuerdos, y los oigo que me llaman en los días de crisis y de tristeza, y entonces me siento inclinado a esconderme en esos retiros ocultos, como en cabañas de follaje en medio de los bosques silenciosos; estoy a punto de refugiarme en lo que no existe y mecerme al compás de canciones de otros tiempos.
Este pasado que no puedo abolir puede Él santificarlo. Él existía antes que yo tuviese principio; existía mientras se desenvolvía el hilo de mis días; se hallaba, por encima de todo lo que cambia. Y cuando contemplo mi pasado, con Él se encuentran mis ojos, con Él deben encontrarse si es que no quiero ver torcidamente.
Él es el único compañero verdadero el único a quien puedo encontrar en el fondo de mis más recónditos pensamientos, de los que fue testigo; en el fondo de mis más íntimos deseos, de cuya confidencia le he hecho partícipe y que él mismo me había inspirado. Soy demasiado atrevido pensando que me ha servido y me ha ayudado, y que mis recuerdos deberían estar impregnados de una reconocida delicadeza por la abnegación divina que día y noche ha derramado sobre mí? Ha sido mi seguridad y mi curación, y todo lo bueno que tengo me ha venido por sus manos. Por eso, ¡qué blasfemias tan enormes son las quejas que profiero sobre mis pretendidas desgracias, y qué ignorancia tan egoísta demuestro en las penas que refiero a cuantos me visitan, acerca de la aspereza de la suerte que me cupo! Dejemos estas actitudes para los que nunca han creído en el Redentor, y que no saben que una misericordia diligente no ha cesado de velar por ellos.
Y yo le he servido, por mi parte, desde hace mucho tiempo. Mi pasado puede iluminarse con la luz de esta gracia, porque todo lo bueno que he hecho, también se lo debo a Él. Dios mío, yo te he dado mi tiempo y mis días. Mi tiempo, que en sí y sobre su trama se ha tejido mi vida, y cuando te lo doy, sucede como con las moneditas de la viuda, te entrego toda mi fortuna, Mis días, tú los has tomado, cada vez que la Oración, la caridad, el trabajo, la enfermedad, me han impedido disponer libremente de ellos. Todo esto te pertenece, y si me regocijo contemplando los años transcurridos, me alegro por todo lo que tienes y que, al tomarlo para ti, has substraído a la muerte.
El hombre sin recuerdos no tiene significado alguno. El recuerdo, lleno totalmente de ti, me impedirá despreciar el presente, y el impulso de mis días ya pasados me conducirá, hacia generosidades más completas todavía.
Tú has vigilado celosamente mi voluntad, caprichosa y extravagante, impidiéndole poner por obra sus lacras hereditarias, y volver a empezar la eterna historia de los pródigos; tú te has presentado en la encrucijada de todos mis caminos siempre que se apoderaba de mí la duda y la incertidumbre sobre el camino que debía seguir; busco algún momento en que hayas estado distraído o ausente, pero veo que todos mis instantes han sido colmados, como por el agua del lago, que no olvida ninguna oquedad.
Oración
¡María, oh tesoro de Dios, oh riqueza de Dios, oh esplendor de Dios! ¿Cómo no llegáis a deslumbrarme?¿Cómo es que me veo atraído y serenado por Vos, y que cerca de Vos me siento tranquilo y feliz, enteramente complacido?
¡Ah, es que Vos sois buena, oh María! (Mons. Sylvain).