Introito
Medianera de todo el humano linaje (S. Buenaventura). – Estrella del alba, lumbre del sereno polo (Palavicini).
Amiga de Cristo, de quien nunca, ni en casos prósperos ni adversos, se apartó, ni sintió un punto la ausencia (Ricardo de S. Lorenzo).
Reina de los ángeles; piadosísima reina del cielo, y dadora de clemencia (S. Buenaventura).
Indulgencia de nuestros pecados (S. Juan Damasceno). –Puerta del cielo que deja entrever y ahondar en los divinos misterios a sus devotos (S.Bernardino de Sena).
Archivo de piedad y de gracia; y aun abundó en ella la gracia con tal colmo, que bien podemos llamarla la misma gracia (S. Buenaventura).
Los dolores de la Santísima Virgen no eran indispensables a la Pasión, como lo fue la maternidad divina; pero sí eran, dada la prevaricación del hombre, consecuencia inevitable de la maternidad, y con razón se enumeran entre los misterios del Evangelio, al par de los de Belén y de Nazaret (P. Faber)
Meditación
ID A MI VIÑA
Lo que más teme el hombre no es el sufrir, ni ser despreciado, ni aun morir. Se reconcilia con el dolor, acepta el menosprecio, no rehusa la muerte; a veces la busca. pero lo que principalmente teme el hombre es creerse o darse cuenta de que es un inútil.
Lo que principalmente teme el hombre es la maldición que pesa sobre los inútiles. Por eso en el Evangelio, una de las palabras más tristes es la respuesta de los obreros de la undécima hora al dueño de la viña: nadie nos ha solicitado.
Me es necesario por tanto la ocupación como me es necesario el pan; si mis jornadas están vacías, son nulas, y si mi existencia es estéril, no tengo razón alguna para ocupar un lugar en la tierra.
Esta palabra, oh Dios mío, me parece muy dura, porque yo miro en torno mío y veo que son innumerables, no sólo los impotentes que no ayudan a nadie, sino también los enfermos que hay que sostener. La edad y la enfermedad, los vicios y la ignorancia los han incapacitado para ser útiles a su prójimo, y si comparamos el mundo al árbol de los vergeles, la implacable podadera debería, para bien del conjunto, cortar todos esos débiles y todos esos parásitos que viven miserablemente de la energía y de los recursos de los demás.
Enséñame cuán útil puede ser todavía una cancerosa en el fondo de una sala de hospital de incurables. Muéstrame cómo un viejo soñoliento, que se calienta las manos sin decir nada ante una estufa de hierro, en una buhardilla, conserva todavía un valor inestimable y ejerce una función sagrada. Dime cuáles son los socorros que tú encuentras, y las riquezas que esperas de ese niñito que aún no ha abierto los ojos, y que nunca verá a nadie aquí abajo, porque en su nacimiento la muerte le acechaba como cosa suya, y que habrá desaparecido antes del atardecer del primer día.
Sobre nuestras vidas terrestres se cierne una gran niebla pesada, la bruma de la ignorancia, la nube de la incertidumbre; andamos a tientas hacia ti, y nuestros caminos forman meandros, y cuando llegamos al fin a encontrarte, todos los rodeos de nuestros itinerarios nos parecen que no han servido de nada, como las largas horas de espera inmóvil, cuando el pescador a la vera del río ha preparado en vano los cebos ante los peces adormecidos. ¿Es verdaderamente lo suficiente luminosa la buena nueva de la Iglesia para permitir esas nuestras brumas glaciales? ¿Podemos pasearnos alegres a la luz de tu claridad –in lumine tuo–, seguros de que todas nuestras horas tienen un sentido, y que, gracias a ti, la maldición de los inútiles no es fatal ni necesaria? ¿Para qué podré servir aún, cuando no sea más que un desecho? Y si me encontrase perdido, completamente solo, escapado de un naufragio, sobre una roca entre las olas, ¿podría aún ayudar eficazmente a los que ni siquiera saben que estoy luchando con la muerte? ¿No me separaría mi soledad de toda la familia humana?
La soledad no existe; y tampoco existe el ser inútil en esta su obra común, eterna y viviente. No se está solo más que cuando se sale del Verbo, y cuando uno se extravía en la noche no se convierte uno en inútil más que cuando se separa de la cepa para querer vivir por sí mismo, pero desde que él ha venido sobre la tierra, y aun antes de su venida, todos aquellos que se unen a él participan de todos sus bienes, y son como él y por él, redentores de todos sus hermanos.
Porque lo invisible es lo que siempre, en las cosas de la fe, da la razón y el significado de las apariencias; y quizá uno, cuyos dedos roídos por la lepra no pueden servir para nada, es el que sostiene, no obstante, sobre las palmas de sus manos repugnantes toda la fragilidad de nuestras virtudes. Lo que importa y lo que es verdadero, lo que es simplemente, no es lo que nos define en otros; lo que es, lo que es verdadero, lo que importa, es lo que somos en la humanidad, en la única humanidad total y subsistente, en el Verbo hecho carne, que resume y compendia todo cuanto existe en nuestro ser.
Cuando se ama a Cristo, se da una razón de ser al universo. Una media docena de justos habría salvado de la destrucción a Sodoma y Gomorra, que nunca lo hubieran sabido, y que hubieran hallado muy natural no desaparecer bajo una lluvia de fuego. Por lo contrario era lo natural, y la permanencia de esas ciudades culpables no habría tenido una explicación verdadera más que en la influencia misteriosa de esos justos anónimos.
Vosotros, a quienes se os califica de inútiles, tú, que te consumes en ocupaciones sin gloria; vosotros, niños, muertos antes de haber podido sonreír; vosotros, ancianos, que estáis ya con la tierra hasta las rodillas; vosotros enfermos, los que sufrís, los pobres, los desolados en lo invisible, que es lo único que cuenta, sois los instrumentos más activos de la voluntad redentora, y por vosotros tanto como por los demás y más que por ellos, es por lo que Cristo continúa y acaba su obra.
Oración
Llena eres de gracia
La gracia es el tesoro de Dios; mas ese tesoro de Dios que, en vuestra Concepción Inmaculada, depositó tan abundantemente en nuestra alma, lo aumentó en Vos, merced a la Encarnación, casi hasta lo infinito, de tal suerte que en Vos ha de penetrar el que quiera conocer las riquezas de Dios, a Vos ha de pedirlas para obtenerlas de Dios, y por medio de Vos nos las envía Dios.
¡Oh María, qué inmensas y espléndidas riquezas admiran en Vos los Ángeles! (Mons. Sylvain).