Meditación del día

… para el mes de Agosto

Entrada

Magnífico propiciatorio de los desdichados hijos de Eva, gloriosísimo trono del Criador, clarísimo y vívido resplandor de los siglos, consuelo y aliento dulcísimo del ánimo en la prueba (S. Efrén).
Ápice en el goce de la vida celeste. Así como la gloriosísima Virgen María excede a todos los santos en la gracia que tuvo en esta vida y en los merecimientos, así sobrepuja a todos en la gloria y en el premio que se le dio. (S. Buenaventura).
Refulgente y santísima porción de la Iglesia, gala del antiguo y del nuevo Testamento (Ernesto de Praga).
Incomprensible en su gloria, pues que no hay esfuerzo humano que la llegue a la barruntar (S.Ildefonso).
Abismo de gracia y de virtud. Entre las almas de los santos y los coros de los ángeles la Virgen es más eminente y encumbrada, y excede a los merecimientos de cada uno y a los títulos y prerrogativas de todos (S. Pedro Damiano).
La que no contrajo el pecado, no podía sucumbir bajo el peso de nuestras enfermedades; padecía una, y era ésta la enfermedad del amor divino que sin consumir las fuerzas del cuerpo de la Virgen ni disminuir aquella indescriptible hermosura que no conoció disminución, la obligó a sentarse en el humilde lecho, para que aquel descansase en él, mientras el alma subía al impíreo a unirse con su Padre, su Hijo y su Esposo. ¡Oh! la Rosa de Jericó despedía ya tanta fragancia de amor de Dios, que embriagada ya ella misma de tan subidos aromas, se inclinaba suavemente hacia el ocaso, para que el Sol de Justicia naciese, y viniese a cogerla y aplicarle a su corazón, como el objeto más precioso que tenía (Martínez y Sáez).

Meditación

PEDID…

«En verdad, en verdad os digo, si pidiéreis en mi nombre alguna cosa a mi Padre, os la concederá. Hasta ahora no habéis pedido cosa alguna en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea pleno y perfecto».
La Oración es una conversación del alma con Dios. Antes que el pecado entrase en el mundo por la desobediencia de nuestros primeros padres, el hombre, criado en el estado de la inocencia, tenía la ventaja de hablar por sí mismo con su Dios; pero después del pecado se ha hecho indigno de esta santa familiaridad, y ya no puede acercarse a Dios sino por medio de Jesucristo. El mismo nos lo advierte diciéndonos que él es el camino único que conduce a su Padre. Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la cepa, de mismo modo, dice no podéis vosotros hacer cosa alguna buena, no estando unidos a mí.
Debemos adorar a Dios; y ¿qué cosa es adorar a Dios? Alabar sus divinas perfecciones, reconocerle su grandeza infinita y nuestra nada, humillarnos bajo su omnipotente mano, honrar su suprema majestad, y reverenciarte como a nuestro soberano Rey y Señor universal de todas las cosas, de quien hemos recibido cuanto tenemos y todo lo que somos. Esta es nuestra primera y principal obligación, y obligación de por vida. ¿Cómo daremos a Dios este supremo culto que le debemos? Solo podemos hacerlo por medio de Jesucristo. El Dios que adoramos, decía Lactancio escribiendo contra los infieles, es tan grande, que no puede ser honrado dignamente sino por su Hijo. Dios no abre los ojos sino a vista de la sangre de Jesucristo: no atiende sino a la voz de Jesucristo. Por este motivo la Iglesia militante concluye todas sus oraciones con estas palabras. Por Jesucristo nuestro Señor. Toda la Iglesia, ya sea la del cielo, ya la de la tierra, no se presenta delante de Dios sino revestida de la sangre y méritos de Jesucristo. Reconoce humildemente que todas sus súplicas y adoraciones son de ningún valor y fuerza no yendo unidas al Verbo encarnado. Confiesa que para librarse del ángel exterminador es necesario estar teñido con la sangre del Cordero inmolado por nosotros. Imitemos a nuestra santa madre la Iglesia. Por medio de Jesucristo nuestro Salvador, y nuestro pontífice eterno.
Debemos dar gracias a Dios por sus beneficios. ¿Cuántos favores no hemos recibido de su infinita bondad? ¿En qué abismo de males no hubiéramos sido sumergidos, si no nos hubiera sostenido con su gracia? ¿Cuán debe ser nuestro reconocimiento, y cómo corresponderemos a él? San Pablo nos lo enseña por estas palabras. Daréis gracias a Dios sin cesar: se las daréis por la mañana, por la tarde y en todo tiempo; le daréis gracias por todo, tanto por lo que os sea molesto, como por lo que os sea agradable. Pero ¿en nombre de quién le habéis de dar gracias? En nombre de nuestro Señor Jesucristo: por medio de él glorificaréis a Dios Padre. Sólo él puede hacer nuestras acciones de gracias dignas de ser colocadas en los divinos tesoros; así que, no respiramos otra cosa que Jesucristo.
Debemos pedir a Dios perdón de nuestros pecados. Sin Jesucristo no hay remisión de pecados, ni perdón de injurias que sea verdadero: no hay limosna, ni ayuno, ni buenas obras que sean meritorias de la vida eterna: en una palabra; sin él nada podemos. Convencidos de nuestra flaqueza, de la impotencia en que nos hallamos de satisfacer por nosotros a la justicia de Dios, digámosle: Señor, si me miráis a mi solamente, bien conozco que soy indigno de todo perdón, y que no merezco sino vuestra ira y vuestra indignación. Pero poned los ojos en vuestro Cristo, miradme únicamente en la persona de ese vuestro divino Hijo. Por su intercesión imploro vuestra gracia: os pido encarecidamente me perdonéis por aquellas entrañas de misericordia de que Él se sirvió haciéndose hombre por nosotros.
En fin, debemos pedir a Dios las gracias que necesitamos; y ¿en nombre de quién pediremos estas grandes y preciosas gracias, sino en nombre de Jesucristo, que nos las ha merecido? Unámonos a esta adorable cabeza, que es quien únicamente nos las puede comunicar. Cuando un pobre os viene a pedir alguna cosa, se persuade que de ningún modo puede moveros más que diciéndoos: Señor, déme Ud. una limosna por amor de Dios. Cuando oramos, dice san Agustín, nos debemos considerar delante de Dios como unos pobres mendigos postrados en tierra delante de la puerta de este gran Padre de familias, gimiendo y suplicando nos conceda alguna cosa. Y esto que deseamos es el mismo Dios ¿Cómo deberemos pedir unos bienes tan grandes? No tenemos otro modo más eficaz de pedir, que diciéndole: Dios mío, dadme de limosna vuestra gracia por amor de Jesucristo.

Oración

A ti suspiramos ¡oh Señora clementísima! ansiando ver al fruto benditisímo de tus entrañas. A ti suspiramos como pequeñuelos que desasosiega el afán por la leche de tus pechos; como hijos que no ven el momento de arrojarse en los brazos de su madre. A ti suspiramos con ansias abrasadoras, con amor que llena y ocupa todas nuestras potencias hasta tenerlas suspensas y como embriagadas del vino de tu amor. Que no es otra cosa que un amor sin medida hacia ti lo que enciende y aviva en mi pecho esos deseos y esos incesantes suspiros que exhala por poseerte. Y ¿quién podrá no amarte y suspirar por ti, hermosura más resplandeciente que el sol, dulcedumbre más suave que la miel, tesoro de bondad, espejo de honestidad, dechado de toda perfección?

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Jaime Solá Grané

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