Entrada
Si, como S. Jerónimo y S. Bernardo dicen, a los demás santos se les dio la santidad por partes, de manera que cada uno fue excelente en una virtud…, a María se le infundió plenitud de gracias y virtudes para que fuese en todas señalada. Y como a la mar acuden para su grandeza todos los ríos, así para María, que es mar de gracias, acudieron todos los dones a enriquecerla (P. Juan Bta. Juan)..
Así, pues, como es incomparable lo que la Virgen hizo, e inefable lo que de Dios recibió; así es incomprensible la gloria que como premio mereció (S. Ildefonso).
María, Marta fidelísima, pues como en casa de Marta quiso hospedarse Cristo, la Virgen ofreció su propio seno y sus mismas entrañas para tálamo al Rey de la gloria (Sto. Tomás de Villanueva).
Aurora intermedia entre la noche de la humanidad y los claros resplandores de la gloria (Hugo de S. Caro).
Imagen señaladísima de la ortodoxa fe (S. Proclo).
Áurea arca de santificación intelectual. Animada arca que guarda el soberano Legislador (S. Juan Damasceno).
Insigne lustre de toda excelencia, océano de gracia y de virtud, lumbre que no conoce sombras de pecado alguno, rayo de gloria que baña y adorna el mundo de su claridad (S. Buenaventura).
Arca celeste que ni tiene la cuerda del enojo, ni el dardo de la amenaza, porque toda ella es mansa y suavísima (Bernardino de Bustos).
Meditación
Todo lo atraeré hacia Mí
Es una cosa excelente corregir los defectos, y hace siglos que los ascetas nos han dado sobre este tema los consejos más apropiados. Han llevado hasta el extremo el estudio de la estrategia interior, y han demostrado, en tratados muy bien hechos, cómo podemos desprendernos de nuestros maléficos demonios.
Sería necio pretender que no se impone a toda alma deseosa de progresar un trabajo de vigorosa limpieza, sería peligroso persuadirse de que el trabajo ascético puede ser suspendido sin peligro, en cualquier momento. Nuestras malezas, aun quemadas o cortadas a cercén, rebrotan con pujanza, y en el momento en que cesamos de luchar contra nosotros, somos vencidos por nuestras medianías y acorralados por nuestros desfallecimientos.
Hay en nosotros tendencias malas, pero hay también inclinaciones superiores; hay caminos que bajan, pero hay senderos que suben, y los herejes que declaraban a nuestra naturaleza totalmente corrompida han sido rechazados por la Iglesia.
Trata, por lo tanto, de precisar tu aliciente espiritual. Hay algunos que pasan toda su vida en una perpetua acción de gracias, y que, en agradecimiento para con su Dios, no se canS.de dar. Los hay a quienes esta sola palabra dar colma de alegría, que nunca han comprendido la existencia sino como una oblación absoluta. Hay quienes no son felices más que cuando tienen las manos vacías de toda propiedad, y se sienten envueltos como en una tibia caricia, con la primera bienaventuranza. Hay quienes sabiendo que a Dios nada le falta, descanS.en esa plenitud, y en medio de todos los huracanas permanecen felices y tranquilos, porque Dios es el único altísimo. Hay quienes no se sienten libres sino cuando todo les falta, y hacen que florezca el Magnificat de la humildad sobre las ruinas de todas las esperanzas terrestres. Hay quienes desean ser reparadores, y responden a todas las preguntas con estas únicas palabras: es menester que amemos a Dios por todos los que se olvidan de él, le ofenden o le desconocen. Hay quienes…, pero los alicientes sobrenaturales son tan numerosos y tan variados como los caracteres; y ¿no es este objetivo, que perseguimos desde los albores de nuestra vida consciente, el que con su influencia en nosotros estimula toda nuestra actividad? Mi aliciente espiritual comunica una fisonomía peculiar a toda mi conducta y me distingue de mis vecinos.
Oración
¡Oh María, mi alma ya no tiene el candor de mi niñez, pero cuanto más avanza en la vida, más se convence de que vuestro poder, vuestro amor, vuestra misericordia, la envuelven, la penetran, la hacen feliz; y horas hay en las que, como oprimida que está, tiene necesidad de expresaros su respecto, su ternura, su gratitud, su fidelidad a Jesucristo y a Vos!
Dios te salve, María
He aquí las palabras que despiertan en vuestro corazón los más dulces recuerdos.
El recuerdo de vuestro infantil temor a la vista del Ángel, el primero que, de parte de Dios, os las dirigió.
El recuerdo de vuestro amor ardiente por la pureza, que tan bella os hacía a los ojos de Dios.
El recuerdo de vuestra sencilla, cándida y amorosa sumisión, que atrajo hacia Vos las miradas de Dios.
El recuerdo, más conmovedor aún, de la conmoción que experimentasteis, oh María, cuando, por primera vez, Jesús, vuestro Hijo, os repitió, quizás de rodillas ante Vos, como lo estoy yo ahora: ¡Dios te salve!
Sí, todo esto es lo que quiero repetiros al deciros: Dios te salve, María; esto es lo que quiero recordar a mi alma para despertar en ella más respeto, más ternura, más gratitud, más abnegación por Jesús y por Vos.
Llena eres de gracia
La gracia es el tesoro de Dios; mas ese tesoro de Dios que, en vuestra Concepción Inmaculada, depositó tan abundantemente en vuestra alma, lo aumentó en Vos, merced a la Encarnación, casi hasta lo infinito, de tal suerte que en Vos ha de penetrar el que quiera conocer las riquezas de Dios, a Vos ha de pedirlas para obtenerlas de Dios, y por medio de Vos nos las envía Dios.
¡Oh María, poseéis la luz divina, que resplandece en vuestra alma como la luz del sol brilla al atravesar el cristal, y por mediación vuestra, reciben de Dios los Doctores la ciencia que difunden las almas.
Sois el trono y como la morada permanente de la sabiduría divina, y por medio de Vos reciben los sacerdotes, para comunicarlos a las almas, los consejos que han de conducirlas al cielo.
A Vos, siempre a Vos, os invoca y ruega la Iglesia antes de tomar una de esas decisiones de duración eterna; a Vos os da las gracias cuando Dios comunica la verdad que alimenta a las almas.
Dios ha puesto en Vos tanta bondad, tanta ternura, tanta misericordia, tanta abnegación, que no obstante hacer ya muchos siglos que el género humano saca a cada momento de él todo lo que necesita para consolarse, no podrá jamás ni siquiera disminuir la abundancia de ese corazón tan soberanamente enriquecido por Dios.
No hay en las almas una amargura que no podáis dulcificar, un dolor que no podáis calmar, una enfermedad que no podáis curar. No hay caída, por profunda que sea, de que nos compadezcáis, y que no procuréis, como por instinto irresistible, reparar.
Las riquezas del alma son las virtudes. A las otras criaturas, las virtudes les son dadas aisladamente; a María le fueron dadas en conjunto. Las virtudes constituyen su diadema, su vestido, su ser entero.
Contad, dijo un santo, las estrellas del cielo, contad las gotas de rocío que caen cada mañana, y cuando hayáis hallado la suma de ellas, multiplicadla, volvedla a multiplicar, y decid: Más numerosas son las virtudes del alma de María.
¡María, oh tesoro de Dios, oh riqueza de Dios, oh esplendor de Dios! ¿Cómo no llegáis a deslumbrarme? Las grandezas humanas paralizan y alejan de ellas; ¿cómo es que me veo atraído y serenado por Vos, y que cerca de Vos me siento tranquilo y feliz, enteramente complacido?
¡Ah, es que Vos sois buena, oh María! (Mons. Sylvain).