Entrada
Bien se ve que no se sabe cuán grande sea Dios, quien no se llena de admiración y estupor al considerar el interior del alma de la Virgen. Llénase los cielos de pavor, tiemblan los ángeles, las criaturas se sienten sin fuerza, la naturaleza toda reconoce su nada e insuficiencia ante la presencia de Dios; y en cambio una doncellita de tal suerte atrae, recibe y acaricia en su pecho al mismo Dios, dándole aquel mismo pecho por hospedaje; que exige después por precio del mismo hospedaje paz para la tierra, gloria para los cielos, salud para los desahuciados, vida para los muertos, el emparentamiento de la tierra con el cielo, y la unión de la persona misma de Dios con la carne del hombre (S. Pedro Crisólogo).
María fue hecha para bien de todos; y ella misma con riquísima caridad se hizo deudora de doctos e indoctos, abrió para todos el seno de su misericordia, para que de su plenitud reciban todos; el cautivo redención, el enfermo salud, el triste consuelo, perdón el pecador, gracia el justo, alegría el ángel, gloria toda la Trinidad, y en fin, la persona del Hijo, la carne y sustancia del hombre, para que nadie se vea libre del influjo de su calor (S. Bernardo).
Madre del amor hermoso, del temor y de la santa esperanza, porque es Madre de Aquel cuya misericordia nos lleva al amor, cuya justicia nos induce a un temor santo, cuya sabiduría nos alumbra, cuya gloria nos sube a la esperanza (S. Buenaventura).
Alma virgen que sube del Líbano de la virginidad y recrea al mundo todo con el perfume de sus virtudes (S. Efrén).
Recámara suprema de la divinidad. Es imposible adivinar cuán real e íntimo fue en María el sentido actual y experimental que tuvo de su maternidad, conociendo, saboreando la alteza del Hijo de quien era Madre, y cuánto esto la encumbraba y obligaba con Dios (S. Bernardino de Sena).
Abogada nuestra piadosísima que no cesa un punto en la divina presencia de confundir a nuestros enemigos y de hablar en nuestro favor (Ricardo de S. Lorenzo).
Meditación
REMORDIMIENTO DEL CONDENADO
Refiere el Evangelio, que habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, le salió al encuentro un Centurión para suplicarle que se dignase conceder la salud a uno de sus criados, que estaba enfermo en su casa con una parálisis. El Señor le respondió: Yo iré, y le curaré. Señor, replicó el Centurión, no soy yo digno de que Vos entréis en mi casa; basta que queráis curarle para que él cure. Viendo el Salvador tanta fe en él, le consoló al punto dando la salud al criado y volviéndose Jesús entonces a sus discípulos, les dijo: «Vendrán muchos gentiles del Oriente y del Occidente a oír mi doctrina, y estarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos: mientras que los hijos del Reino serán echados fuera a las tinieblas, donde será el llanto y el crujir de dientes.» Con estas palabras quiso decirnos, que muchos que nacieron entre los infieles, se salvarán con los Santos; y que muchos nacidos en el gremio de la Iglesia, irán a parar a los Infiernos, donde el gusano roedor de la conciencia con sus remordimientos les hará llorar amargamente por toda la eternidad.
Se apareció un día un condenado a S. Uberto, y le dijo: que dos eran los remordimientos que más le atormentaban en el Infierno 1.º Lo poco que tenía que haber hecho para salvarse. 2.º Lo poco porque se había condenado.
Los desgraciados repetirán inútilmente: Si me hubiese abstenido de aquel deleite, si hubiese vencido aquel respeto humano, si hubiese huido de aquella ocasión o aquella mala compañía, no me hubiera condenado. Si hubiese frecuentado los sacramentos, si hubiese hecho confesión de mis culpas todas las semanas, si hubiese recurrido a Dios en la tentación, no hubiera caído en ella. Mil veces hice propósito de hacerlo así; pero nunca lo cumplí y por esta razón me he condenado.
Crecerá el tormento que le causará esta reflexión, con el recuerdo de los buenos ejemplos que viera en otros jóvenes sus contemporáneos, que llevaron una vida casta y ejemplar, en medio de los peligros del mundo. Crecerá especialmente la pena, con la memoria de todos los dones que el Señor le concedió para obtener la salvación como salud, bienes de fortuna, padres honrados, ingenio despejado, todo lo cual le concedió Dios, no para vivir entregado a los placeres de la tierra, sino para que lo empleara en provecho de su alma. Recordará, además, las santas inspiraciones que tuvo para enmendarse, y la vida larga para llorar sus culpas. Pero al ángel del Señor le hará saber, que pasó para él el tiempo de la salvación.
Continuamente estará el desgraciado pensando en el Infierno, en la causa de su triste perdición. A los que vivimos en este mundo, la vida pasada nos parece un momento, un sueño. ¿qué parecerán, pues, al condenado los cincuenta o sesenta años de vida que habrá pasado en este mundo, cuando se halle en el abismo de la eternidad y hayan pasado para él ciento, y mil millones de años de penas; y verá, no obstante, que el tiempo de su condena no ha hecho más que principiar, porque no ha de tener fin? Y aun aquellos pocos años que vivió en el mundo ¿estuvieron acaso llenos de placeres? ¿Acaso, cuando vivía en desgracia de Dios se gozaba en sus pecados? ¿Sabéis cuanto duran los gustos del pecado? Unos breves momentos; y todo el tiempo restante no es más que angustia y dolor para quien vive lejos de Dios. ¿qué parecerán, pues, al infeliz condenado, aquellos breves momentos de placer cuando se vea sepultado en aquel abismo de fuego?
Oración
¿Cómo podré contentarme, mi gran Señora, con decir que de tus gracias tienes el mundo henchido, si penetran hasta los abismos, y traspasan sobre los cielos? Tal fue el fruto de la plenitud de tu gracia, que los infiernos en que estaban detenidas las almas justas de la antigua Ley, soltaron sus presas, y los cielos batieron palmas viéndose restaurados y acrecentados en su jerarquía. ¡Oh criatura admirablemente singular, y singularmente admirable! Por ti los elementos recibieron nueva dignidad y perfección, en el seno de Abrahán quedó remediado, los demonio confundidos y quebrantados, los hombres vinieron a nueva salud, y los ángeles vieron acrecentados sus ejércitos. Los arroyos de tu gracia se dilataron por toda la gracia, y lo estéril y muerto reverdeció y sintió frutos de vida (S. Anselmo).