Meditación del día

… para el mes de Julio

Entrada

Señora la llaman en el cielo, y ventaja le conocen aun los serafines en el amor y en la gracia. Ninguna conjunción con Dios tan grande después de la unión personal como ser madre, y ninguna conjunción tan grande en la gracia como entre esta Madre y su benditísimo Hijo. Cristo predicó pobreza, ella la obró, dando por Dios lo que le dieron los Reyes. ¡Qué de veces predicó el Señor humildad y caridad, y cuántas veces lo obró primer la Virgen, como enseñada de aquel que en su vientre estaba! Mucho nos maravillamos ver que el Señor lavó a sus discípulos los pies, que nos da a entender humildad y caridad; y es aquello una admirable obra que Cristo al fin de su vida quiso hacer para ejemplo nuestro; más mirad el lucero que vino primero que el sol, y veréis su profunda humildad y caridad en visitar a Sta. Elisabet. (S. Juan de Ávila).

Meditación

LA POSESIÓN DEL ACEITE

No basta tener su lámpara encendida. Hay que tener también aceite con que alimentar la llama, que no sólo arde, sino que debe continuar ardiendo. En vez de disminuir nuestro esfuerzo y bajar la mecha, hay que aumentar nuestros recursos y conservar toda su claridad. La mayor parte de los hombres reducen su tarea a la medida de su ánimo, en vez de dilatar sus energías en proporción de la necesidad.
No quieren agotarse; pero hay dos maneras de evitar el agotamiento: disminuyendo lo que se gasta o aumentando lo que se adquiere; y las vírgenes prudentes son aquellas que van bien provistas de aceite nuevo, y sin perjuicio de la hora presente, no tratan de olvidarse de antemano de lo que les puede acarrear consigo el instante siguiente.
Cuando la llama de la energía disminuye y muere, es menester un deseo muy grande para alimentarla de nuevo, ese deseo que aún no se ha manifestado en la acción y que permanecía como reserva en el fondo del alma. A veces sorprende la tenacidad que se ve en los seres al parecer muy dóciles: en tal punto no cederán, y apartan todos los obstáculos sin fatiga, llevan adelante su idea y se abren camino. Se han provisto de una voluntad enérgica.
Para que una vida sea luminosa es menester que tenga una ocupación más bien desbordante, más trabajo del que se puede hacer, para que nuestras actividades puedan desplegarse enteramente. Siempre debemos tener a mano una reserva de trabajo en que ocuparnos, y cuando la llama vacile o crepite por falta de alimento, en vez de esperar a que los vendedores nos digan lo que tenemos que hacer, debemos imponernos inmediatamente nuevos trabajos, y que ignoren nuestros días la holganza tenebrosa y el fétido humo de la ociosidad.
En la hora crítica se revelan entre la muchedumbre de cristianos, al parecer todos semejantes, los portadores de aceite, los que no se han visto sorprendidos por el agotamiento y continúan brillando plácidamente, porque son capaces de renovarse. Todo nos gasta, y si no hay nada prevenido contra este desgaste, nos desharemos en polvo impalpable, como la piedra de los monumentos que se desmoronan en silencio. Todo nos gasta, hasta la práctica del bien, y a veces se apodera de nosotros el cansancio de ser fieles y buenos, y de no tener más que un solo camino estrecho, sin poder volver la cabeza hacia el horizonte de las alegrías fáciles. Todo nos gasta, pero en nosotros todo puede rejuvenecerse incesantemente, como la llama que nunca muere por sí misma, ni porque esté fatigada de arder, sino sólo porque le falta combustible, y del exterior nadie se lo suministra. Los árboles no crecen hasta el cielo y cuando se detienen, es una causa interna la que les impide crecer más, y todos los cuidados del jardinero no surtirán efecto, y por más que se sembrasen ramas y hojas al pie del árbol, no podría éste incorporárselas. Pero la llama nunca se detiene por una causa interna, ya que su capacidad de renovación es indefinida. La gracia de Dios puede ser el aceite de nuestra lámpara, y si cooperamos con ella, nuestra voluntad, por enferma que esté, brillará sin desfallecer.
Dios mío, nunca he comprendido nada de tu sabiduría, y he creído que era inútil todo lo que no hacía más luminosa la llama de mi vida. Y he tenido en menos el largo estudio abstracto y seco, y los cálculos difíciles y precisos, y la observación metódica y lenta, y la ascesis perpetua con sus repeticiones y sus insistencias. He creído, como muchos de mis semejantes, que era menester ir a la práctica –lo cual es verdadero– y que la práctica se oponía a la teoría y al estudio –lo cual es falso; he creído que lo mejor era trabajar como un apóstol –lo cual es verdadero–, y que el apóstol no tenía necesidad de acumular largas reflexiones, y mucho menos que los demás, de perseverancia y serenidad –lo cual es falso; y he querido vivir como una llama oscilante, olvidándome que todo muere en mí, y que eres tú y tu Espíritu lo que debo conservar.
Ahí están las vírgenes prudentes y las vírgenes necias. Por más que miro la luz de las lámparas, no puedo distinguir dónde están las prudentes y dónde las atolondradas; de una y otra parte la llama es muy clara. Será más tarde, en el momento de la crisis, en la hora del agotamiento, cuando se realizará la separación, y cuando no tendrá ya remedio la confusión de las imprevisoras.
No permitas, Dios mío, que me consuma neciamente; no permitas tampoco que me economice como un avaro, y que restrinja mis gastos de virtud. Y para que pueda dar sin cesar hasta el máximum, sin temer que mis prodigalidades de esfuerzos me vacíen, sé tú mi riqueza y toma mis déficit, infúndeme sutilmente tu poder y tu inspiración. Debo durar hasta la aurora; deben brillar durante la noche entera mis antorchas vigilantes. Tú no admites que sea menos generoso hoy que ayer, ni en la tercera vigilia menos que en la caída del crepúsculo. Tus exigencias permanecen siempre idénticas; no tengo excusa cuando me propongo amarte menos, servir menos a mis hermanos y traer a cuento lo que ya te he pagado para no satisfacer mi deuda actual. Eres un Señor austero y bueno, como la hoz que al cortar las espigas les da su verdadero valor y su significado total, como la hoz que con todas esas pajas hace una cosecha. Yo te amo porque no toleras que disminuya de valor, y porque exiges que mi alma no conozca el ocaso.

Oración

Venga a nuestros labios aquel Ave dulcísimo que fue en María declaración y principio de tantos bienes, haciéndola urna y santuario de Cristo; apenas lo hubo dicho el ángel que ya quedó preñada aquella casta doncella, lustre de su tan noble linaje, y lirio entre espinas. Dios te salve, pues, Madre del verdadero Salomón, vellocino de Gedeón, cuyo alumbramiento aun reyes del Oriente magnificaron con valiosísimos dones. Dios te salve, que por ti fue el sol engendrado y tuvimos todos los bienes deseables; Dios te salve, esposa muy amada del Verbo, puerto del que navega, misterioso zarzal, columnita de humo perfumado, reina de la corte celestial. Rogámoste que nos des el enmendarnos, y luego preséntanos a tu Hijo y merezcamos por ti ser introducidos en su gloria. (Sacada de una Secuencia perteneciente a la Edad Media).

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Jaime Solá Grané

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