Entrada
María, madre nuestra perfectísima, inclinada a nosotros con amor el más vehemente. La madre ama naturalmente, pero ama con intensidad igual a su perfección; ¿qué amor será, pues, el de madre tan excelente? (Ernesto de Praga).
Aurora; porque si es la aurora, según sentencia de S. Isidoro, áurea hora, María nos trajo la edad de oro, que es el tiempo de gracia (Ricardo de S. Lorenzo).
Reina toda clemencia, toda mansedumbre y suavidad, reina de inexhausta misericordia (Bto. Enrique de Suso).
Iluminadora por los beneficios de su clara misericordia, cuyos rayos resplandecen espiritualmente sobre muchos, como alumbró corporalmente a los hijos de Israel la columna de fuego (S. Buenaventura).
Abogada sublime, y adornada a favor nuestro por el Espíritu Santo de dones inconmensurables (S. Alberto Magno).
Magnífica Señora que ordena en las divinas riquezas como si le fueran propias (José de Jesús María).
Arca de propiciación, porque por sus ruegos, oraciones y méritos logra para todos amor y propiciación (El Sabio Idiota).
Regaladísima Madre del hombre, que en oyendo que la invocan a todos acude, sean justos sean pecadores (M. Villaprob).
Imponderable y dichosísima Señora, cuyo poder y amor no vence jamás la muchedumbre de nuestras iniquidades (Gregorio Nicomediense).
Aurora nuestra dulcísima, por quien la noche de nuestra caída se trocó en hermoso y claro día (Ab. Absalón).
Meditación
La perseverancia
La virtud tiene su principio, su medio y su fin. Vosotros habéis empezado bien; pero ¿os bastará esto? No. Muchos han empezado bien, y acabado mal. Saúl y Judas empezaron bien; mas no habiendo continuado, fueron réprobos. S. Pablo y S. Agustín habían comenzado mal; pero habiendo acabado bien, se salvaron. ¿Qué quiere decir eso? Que la perseverancia es el precio, la perfección y la consumación de todas nuestras virtudes. Los justos irán de virtud en virtud, y procurarán siempre adelantar, hasta que tengan la dicha de ver al Señor en la celestial Sión, como dice el Profeta; pero si el justo llega a aflojar y ser infiel a su Dios, todas sus buenas obras se sepultarán en el olvido.
Oíd la respuesta que dio S. Gregorio Magno a una señora que le suplicaba encarecidamente pidiera a Dios le revelase si le había perdonado sus pecados, y si al fin de su vida habría de ser del número de los bienaventurados. Le respondió el Santo: Me pedís una cosa difícil, y al mismo tiempo inútil; porque debéis temer siempre y llorar vuestros pecados, mientras estáis en estado de llorarlos. Pero ¿queréis que sin recurrir a revelación os diga con toda certeza cuál será vuestra suerte por toda la eternidad? Si perseveráis en los buenos sentimientos y santas disposiciones en que os halláis al presente, os salvaréis; mas si cometéis algún pecado mortal, y morís en ese estado, os condenaréis. Debéis, pues, concluye este Padre, temer mientras estáis en esta vida, para merecer aquella en donde el gozo durará eternamente.
¿Qué medios se deberán tomar para perseverar en la gracia? Tres. Son: la desconfianza de nosotros mismos, la frecuencia de Sacramentos y la oración.
No os fiéis de vuestras propias fuerzas; apartaos de las ocasiones de pecar, de las compañías peligrosas, y de todo lo que pueda haceros recaer. Esta es la precaución que tomaron los discípulos después de la resurrección del Salvador: temerosos del furor de los judíos, se retiraron a un cuarto apartado del comercio de las gentes, y cerraron las puertas. Pedro, el más animoso de todos, se acuerda que a la voz de una criada había renegado de su divino Maestro: más cuerdo después de su caída, se encierra con los otros en el Cenáculo para no verse otra vez en la ocasión de negarle.
Dice el Espíritu Santo; no estéis sin temor por el pecado perdonado, y no añadáis pecado sobre pecado. Y con razón; porque el pecado, aunque perdonado, deja en el alma cierta debilidad e inclinación al mal que ocasiona prontamente una nueva caída, si se descuida en oponerse a ella; y esta nueva caída será más peligrosa que la primera. ¿Queréis evitar esta desgracia? Desconfiad de vosotros mismos, cerrad la puerta de vuestros sentidos: no deis una libertad indiscreta a vuestros ojos, a vuestros oídos, a vuestra lengua, temiendo volver a caer en los pecados que se han perdonado.
El verdadero medio de sostenernos es recurrir a los Sacramentos que Jesucristo ha dejado a su Iglesia, como remedios necesarios a nuestras enfermedades.
Decía S. Francisco de Sales a una alma devota, ten presente que los cristianos que se condenaren no tendrán que replicar cuando el justo Juez les manifieste la poca razón que han tenido para dejarse morir espiritualmente, siéndoles tan fácil mantenerse en sana salud, y en la vida del alma, comiendo su cuerpo que les había dejado para este fin. ¿Por qué os habéis dejado morir, teniendo a vuestra disposición el árbol y el fruto de la vida? Acercaos, pues, a los Sacramentos. ¿Será pediros demasiado exhortaros a que os confeséis todos los meses? Por lo tocante a la comunión, arregladla conformándoos con el consejo de vuestro director, y por el fruto que sacaréis de ella. Y veis ahí uno de los medios para perseverar en la gracia.
La perseverancia es el mayor de todos los dones, el sello de nuestra predestinación, y el término de una vida que nos lleva al eterno descanso. Este don de perseverancia no depende de los méritos del libre albedrío, sino de solo Dios: es necesario pedírselo con insistencia; porque Dios no concede la perseverancia sino a la oración perseverante.
Justos, santificaos cada día más y más: no contéis precisamente sobre vuestras buenas obras pasadas. Pecadores, no dilatéis más la conversión: acordaos que Dios ordinariamente no concede la gracia de la perseverancia sino a aquellos que han tenido una vida santa, y así ya es tiempo de que os deis al servicio de Dios entera y perfectamente .
Oración
Dios te salve, María, propiciatorio de atribulados, asilo santo en Jerusalén, trono gloriosísimo de nuestro Criador. Dios te salve, corona resplandeciente de los tiempos, esperanza de buenos que bracean contra tanta adversidad. Dios te salve, consuelo y amparo de atribulados, madre y reina del uno y otro sexo humano, medianera excelentísima de Dios y de los hombres. Dios te salve, mano potentísima para aunar el orbe, alianza y paz de los pueblos, cetro de todos los imperios. Dios te salve, gloria y alegría de sacerdotes, solaz de anacoretas, reina de los coros bienaventurados y señora de uno y otro mundo, el del cielo y el de la tierra (S. Efrén).