Meditación del día

… para el mes de Julio

Entrada

María, la mujer entregada a Dios. Primera mártir. En el camino doloroso de la Cruz y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir (Juan Pablo II).
El Ángel de la Anunciación pone a prueba su fe…, la dice de parte de Dios que concebirá y dará a luz un hijo… Ella, la Virgen, ¿podía ser Madre? –Naturalmente esto es imposible… Sin embargo, no duda…, no vacila… En cuanto conoce la voluntad de Dios, cree en Él y acepta todo lo que el ángel la dice. –Compara esta fe suya con la incredulidad de Zacarías… días antes que a Ella, se aparece el mismo ángel a Zacarías y le anuncia el nacimiento del Precursor. –Zacarías, duda…, no cree con firmeza al Ángel… y Dios le castiga…, le deja mudo. –Zacarías no tenía más razón para dudar, que su ancianidad… María tenía la de su virginidad. –A Zacarías se le anuncia un hijo que será el Precursor del Mesías… A María el mismo Mesías… y, sin embargo, Zacarías duda… y María cree.
Recuerda el caso maravilloso de la fe de Abraham. Imagen es ésta de la fe de María… Dios la ha inspirado su voto…, único…, desconocido hasta entonces, de la virginidad. –Sabe que esto significa renunciar a la posibilidad de ser Madre del Mesías, que era el anhelo santo de todas las mujeres judías… María, por agradar a Dios, renuncia generosamente y se hace Virgen… Pero ahora el Ángel, la anuncia su gloriosa maternidad, y María…, sin dudar ni vacilar…, pregunta si es esa la voluntad de Dios, y en cuanto la conoce, la abraza y cree firmemente todo lo que se la dice. –Ella no sabe cómo puede ser eso…, su razón choca con la unión de la virginidad y la maternidad…, pero somete su criterio…, su parecer…, su razón misma… y cree con firmeza y sencillez… ¡Qué fe más grande la de María! (P. Ildefonso Rodríguez Villar).
¿Supondremos que la Compasión de María fuese parte integrante de la Redención del mundo, y meritoria para salvar a las almas y expiar las culpas del humano linaje? Así parecen opinarlo muchos autores, y doctores santos y sapientísimos apellidan unánimamente a la Santísima Virgen Corredentora del mundo.
Es incuestionable que Nuestro Señor Jesucristo es único Redentor, que su preciosísima Sangre es único adecuado precio de nuestra libertad, y que de él tomó la Santísima Virgen, con la propia necesidad que nosotros, si bien con la magnífica abundancia que le fue otorgado en el misterio de la Inmaculada Concepción.
I. En el sentido propio y verdadero de la palabra, Nuestro Señor Jesucristo es único Redentor del mundo; y en este sentido, ninguna criatura, sea cual fuere, puede llamarse copartícipe de Él, ni cabe, sin incurrir en impiedad, decir de Él que sea corredentor con María.
II. En un sentido secundario y subordinado, y por participación, todos los escogidos cooperan con Nuestro Señor Jesucristo a la Redención del mundo.
III. En este segundo sentido, por consiguiente, cooperó a la Redención del mundo la Santísima Virgen, pero en grado superior incomparablemente al de otra cualquiera criatura.
IV. Además, e independientemente de sus dolores, el especial sentido y el especial modo en que la Santísima Virgen cooperó a la redención del mundo, fueron tales como a ninguna criatura se atribuyen, ni pueden atribuirse.
V. Pero especialmente luego, por sus dolores, la Santísima Virgen cooperó a la Redención en modo singular y distinto, no sólo de la ordinaria cooperación de los escogidos, sino de la especial que prestó Nuestra Señora misma independientemente de sus dolores (P. F.G. Faber).

Meditación

¡Pobre flor!

Allí estaba, hará cosa de algunos meses, fragante y graciosa, mi florecilla.
Un amigo me la había dado, y yo la quería, no solamente por lo linda que era, sino también y sobre todo por proceder de quien tan bueno era conmigo.
– La cuidaré bien- dije al recibirla, -y cada vez que venga Ud. a mi aposento, la encontrará allí y será testigo, enteramente abierta, de mi amistad por Ud.
Los primeros días fueron deliciosos; su presencia animaba mi cuarto, parecía que me encontraba en primavera. Muchas veces durante el día interrumpía mi trabajo para mirarla, y su verde follaje parecía sonreírme.
Dos semanas pasaron así. Después, otro amigo, uno de esos que sólo nos ayudan a matar el tiempo, vino a buscarme para no sé qué fiesta. Al regresar por la noche, rendido de fatiga, no pensé en la flor que me esperaba en su rinconcito.
Al día siguiente, doblaba tristemente la cabeza; arrepentido de mi olvido, dándole el vaso de agua que me pedía, prometí no volver a olvidarla.
¡Exige tan pocos cuidados una flor!
La promesa era sincera, pero ¡ay de mí!
Al día siguiente me absorbieron la atención mis ocupaciones, mis extrañas curiosidades, mis extravagantes deseos; la flor abandonada se decoloró, y sus hojas amarillentas parecían decirme: ¿No puedes dedicarme un minuto cada día?
¡Ah, bien lo podía, bien lo quería, y aun lo hacía algunas veces!… pero después lo olvidaba… y luego sus reproches me importunaban.
Al volver una noche, no encontré más que una rama marchita en la maceta en que estaba mi flor.
No tuve valor para contemplar este vestigio; bajé la cabeza y empujé con el pie, sin intentar mirarla, aquella maceta que era para mí un remordimiento.
Algunos días después, vino contentísimo el amigo que me la había dado, y observé que su mirada buscaba la ventana donde debía estar la flor.
Lo comprendió; volvió la cabeza al otro lado y no me dijo una palabra… Nuestra conversación fue un poco embarazosa, y cuando se marchó, al estrecharme la mano y decirme adiós, creí ver una lágrima en sus ojos.
Esta historieta es bien triste; pero conozco otras más tristes todavía.
Cosa parecida ha ocurrido a unos niños que yo amo. Sólo que no se trataba de una flor que se les hubiese dado y ellos dejaran marchitar, sino de un alma.
¡Y el amigo que se la había dado es Dios!

¡Ah, si entre los niños que me leen hay algunos que, creyéndose culpables, se echan a temblar, no desesperen!
Ni el rocío del cielo, ni los rayos del sol pueden reverdecer la planta seca.
Pero hay un roció que puede devolver la vida al alma olvidada: el de las lágrimas del arrepentimiento.
También hay un rayo de sol que puede hacerla revivir: un acto de amor.

Oración

¡Oh Madre de Dios! ¡oh Paloma única de Noé! ¡qué bien os está el ramo de oliva en la boca, predicando paz y serenidad del gran diluvio pasado de nuestros pecados! Decid paz, no solamente a la casa de Zacarías, sino a todo el mundo, pues la guerra que levantó Adán y Eva será apaciguada por Vos, que traéis dentro de Vos al Príncipe de paz Jesucristo, el cual es nuestra redención, nuestra salud y nuestra paz. ¡Oh Virgen soberana! Yo, indigno siervo vuestro, os lo suplico: suene vuestra voz en mis oídos; dadme esta paz que disteis en casa de Zacarías, para que mi alma se goce, y con S. Juan celebre fiesta y pascua alegre con la presencia de vuestro sagrado Hijo y con la vuestra. Vuestra voz es dulce y suave; callen todas, y habladme Vos, que deseo esta celestial paz: no me haga acatamiento el mundo, antes me afrente; no hagan caso de mí los hombres, sino desprécienme; solamente Vos habladme y dadme palabras de salud y paz, ganadas del Rey pacífico Hijo vuestro, el cual después de resucitado usó esta preciosa salutación diciendo a sus apóstoles: La paz sea con vosotros (Bto. Alonso de Orozco).

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Jaime Solá Grané

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