Meditación del día

… para el mes de Julio

Introito

Mar dilatadísimo, pues, como son innumerables las gotas del ancho océano, así no hay quien pueda contar las gracias que adornan el alma de María (Ricardo de S. Lorenzo).
Augusta Madre del amor hermoso, porque en sus amadores derrama la hermosura de aquel insondable manantial de ella que guardó en su seno (Ricardo de S. Lorenzo).
Rosa purpúrea por su caridad, fragantísima por sus méritos (Ernesto de Praga).
Iluminación que se extiende sobre todo el mundo, siendo por esto comparada al sol y a la luna (Sto. Tomás).
Árbol cuyas hojas nunca padecieron marchitez, porque bebía en abundancia de las aguas que manan del Espíritu Santo (S. Alberto Magno).
De la fisonomía de la Virgen Madre trata Nicéforo, y dice por autoridad de Epifanio que en todas las cosas era honesta y grave, y de pocas palabras, y esas muy necesarias; aunque se daba pronta para oír a otros, y muy afable, honrando a todos debidamente con grande advertencia. Fue de mediana estatura, o algo más de mediana, y tuvo agraciada libertad de hablar con todos, sin risas, y sin turbación de semblante, y sobre todo fue ajena de ira. El color de su cara remedaba al del trigo, de cabello rojo, y de ojos vivos con las pupilas verdes, y las cejas negras y arqueadas, y la nariz larga, los labios rubicundos como un clavel y llenos de suavidad de palabras: su cara más larga que ancha, en buena proporción y sus manos y dedos largos. Era enemiga de fausto, y no sabía fingir semblante que no le fuese natural, ni consentía en lo que a ella tocaba blanduras regaladas, viviendo siempre cuidadosa de una excelente humildad. Ni vestía ropa que no le fuese natural el color que tuviese, lo cual se verificó mucho después de su muerte con el velo de su cabeza. Y por concluir digo que en todas sus cosas resplandecía una soberana gracia de Dios. (Fr. Juan de Pineda).

Meditación

YO SOY LA VERDAD

Yo soy el camino, la VERDAD y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. (Jn 14,6).

La verdad es de por sí misma todo lo que es, y la Verdad es ante todo una persona, es Dios. Por ser personalmente Dios, Cristo podía decir sin metáfora y sin exageración: la Verdad soy yo.
No es posible agotar en un solo día las consecuencias de este principio fundamental. Bien comprendido, puede rejuvenecer toda mi vida y unificar la actividad más diversa en apariencia. Porque si Cristo es la Verdad, siendo como es también personal y substancialmente la Justicia, he ahí que el deseo de saber y el equilibrio social del mundo, en vez de no interesar más que al dominio de las abstracciones, toman un sentido cristiano y concreto y llegan a ser la edificación sobre la tierra del cuerpo de Cristo.
Cuando estudio la historia de las civilizaciones desaparecidas, cuando trato de reconstruir a Nínive o Byblos, cuando identifico textos antiguos o formas gramaticales, ¿qué es lo que todo eso puede importarte?
A esta pregunta, que no se puede eludir impunemente, es a la que he tratado de responder diciéndome que por la intención de mi trabajo podía estar unido contigo; he querido estudiar para tu mayor gloria, he enderezado mi estudio en provecho de las almas; me he persuadido de que la ciencia tiene un valor moral por la idea secreta que impele al hombre a estudiar y un valor apologético por el lustre que da la Iglesia ante los infieles. Mi trabajo sería tuyo, porque tú apruebas la intención y porque fuera de él, no hay más que pereza condenable.
Si nuestra ciencia no te alcanza más que por la intención del sabio, como esta intención se halla también en el ignorante y el mediocre, tú no te preocuparías de que supiésemos más o menos que ellos. Y sería exacto decir que el contenido de mi conocimiento no te importa.
Pero si la Verdad no es una abstracción, si es una persona, que es al mismo tiempo mi Redentor, entonces, el saber, en sí e independientemente e la intención, aun para un mortal, es bueno y saber es edificar la Verdad, y por lo tanto a Cristo entre los hombres. La ciencia se convierte en una ocupación santa, que sin duda se puede profanar como se profana el pan eucarístico, pero cuya ley íntima es idéntica a la conciencia misma del Salvador de todos los hombres. Debe tener como término aquel conocimiento, que será la vida eterna y la revelación completa de lo que somos. Y todo lo que la desvíe de ese fin es sacrílego, como sería sacrílego el que se emplease el vino del sacrificio como simple bebida embriagadora.
Por eso los que no encuentran sobre su ruta deberes más urgentes y más inmediatos, los que tienen la oportunidad de aprender, no pueden dejar sin cultivar su espíritu, so pretexto de que basta sólo la virtud. Se necesita una razón mayor para dispensarse de trabajar en aprender, y si Dios trata con más misericordia a los ignorantes, no es sino en razón del bien excelente de que los ha privado en sus designios providenciales.
En cualquiera parte que se hable de la Verdad, se balbuce algo de la persona del Verbo, que es la Verdad, y puedo amar mi estudio y mis libros como se aman las piedras de su casa y el aire de su país. Es imposible que la última palabra de todo el esfuerzo humano, encaminado hacia el saber, sea, por derecho, otra que Cristo. Pero el hombre tiene el terrible poder de servirse de las cosas contra su fin, y de mancharlas, porque abusa de ellas. Abusar de la ciencia, no es aprender demasiado, sino aprender mal, es decir, aprender cosas malas o no tener cuidado de los deberes concomitantes.
Y lo que se dice de la ciencia, se puede afirmar también del esfuerzo humano. Cristo es la Justicia y la Vida, como Dios es el Ser. Desde el golpe de martillo del herrero hasta los textos del código civil, si es conforme al derecho natural, todo lo que tiende hacia el orden y la paz y la equidad, todo lo que eleva y hace mejor, todo eso sube y se encamina hacia Dios Nuestro Señor, la Verdad hecha hombre.

Oración

Bendita sois, Señora, entre todas las mujeres, y bendito el fruto de vuestro vientre. Bendita sois, porque vuestro Hijo es bendito, y fruto de bendición en quien todas las gentes son benditas, y Vos sois el árbol que nos dio este fruto. Bendita sois, porque todas las demás mujeres, o carecen de fruto si son estériles, o de la flor de la virginidad sin son madres; pero Vos juntasteis en uno la fecundidad de madre con la gloria de virgen. Bendita sois, porque aunque no paristeis sino sólo un hijo, y algunas madres paren muchos, ese uno que nació de vuestras entrañas es Dios, y vale más que todo lo criado y cuando se puede criar. Bendita sois, porque aunque por la generación sois madre de sólo Cristo, por la regeneración lo sois de todos los fieles, y por la imitación especialmente sois madre de las vírgenes. Bendito y alabado sea para siempre, ¡oh Virgen benditísima! el fruto de este vuestro sagrado vientre, del cual como de un sol de justicia descendieron tan esclarecidos rayos, y como de una clarísima y copiosísima fuente manaron las aguas de tantas gracias y prerrogativas en Vos (Ribadeneira).

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Jaime Solá Grané

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