Meditación del día

… para el mes de Junio

Introito

Rosa de Jericó, porque siendo su significado flaqueza, así expresamos que sin ella ningún pecador se mantendría en gracia (Ricardo de S. Lorenzo).
Incólume tierra y nunca arada, de la cual brotó tal espiga, que sació nuestras almas hambrientas y nos dio fuerzas divinas (S. Juan Damasceno).
Mano que guía y sostiene nuestro entendimiento en los caminos de la divina ciencia (S. Juan Damasceno).
Arco siempre presente en el cielo de la divina inteligencia para moverla a piedad cuando las olas de nuestros pecados desafían las iras de la divina justicia (S. Antonino).
Reina sin cuya ayuda y favor no podemos gozar del tesoro y sumo bien que tenemos en Cristo Jesús (Ribadeneira).
Incoación de la gracia, por cuanto en ella tuvo principio la ley del nuevo Testamento y concibió al autor de la gracia (El Sabio Idiota).
Aurora que teniendo un Sol en sus brazos vino a nuestro hemisferio disipando la noche que pesaba sobre nosotros (S. José el Himnógrafo).

Meditación

Conducta del alma en tiempo de persecución

No se extrañe el alma de encontrarse con la persecución, aun cuando venga de parte de personas de bien. Persuádase que esta miseria es consecuencia fatal de la estrechez del espíritu humano y del egoísmo natural al corazón del hombre.
Si todos los hombres tuvieran ideas grandes y amplias todos serían tolerantes. Respetarían la manera de ver y de obrar de los demás y no condenarían tan fácilmente las intenciones y actos ajenos. Nadie es tan indulgente como Dios con los caprichos de la mente, los defectos del carácter, las rarezas del humor y hasta morales, porque las miras de Dios son infinitamente amplias. Se contenta con la buena voluntad de sus criaturas según ella forma su juicio.
El hombre, limitado en todo su modo de ser, no obra así. Págase de apariencia, juzga según lo exterior, déjase llevar de sus propias impresiones, simpatías o antipatías, desaprueba y quiere corregir cuanto no está conforme con sus propias ideas y su manera de obrar.
Persuádase firmemente el alma de esta verdad, que en la tierra no encontrará a nadie con cuya aprobación o apoyo pueda contar sin reserva. El amigo más fiel, el director más estimado, el superior más benévolo, pueden fallar en el momento en que se contaba con su consejo o autoridad.
Mientras el alma no tenga la arraigada convicción de que en la tierra no ha de buscar el apoyo en ninguna parte, no se verá libre de penosas desilusiones y de punzantes decepciones. Óbrese, pues, en consecuencia. La humana naturaleza está de tal modo formada que no se puede uno apoyar enteramente en otro hombre. Así lo ha querido Dios para que el alma, en fin de cuentas, no tenga más que a Él ni descanse más que en Él
Bien persuadida el alma de esta verdad, esfuércese por no temer la persecución, sea cual fuere la forma bajo la que se presente. Cuando uno se ha dado a Dios definitivamente, ya no hace caso de la estima de los hombres. Sus críticas, sus violencias, sus burlas, no nos pueden hacer vacilar. No renunciamos a todo para serles agradables, ni para granjearnos su estima.
Aun cuando el mundo entero se conjurara contra el alma entregada a Dios, ¿en qué la podría dañar? El alma, no necesita del mundo ni de su aprobación, pues sabe que de nada vale ante Dios la opinión de los hombres. Aun cuando el mundo entero se uniese contra ella, no podría quitarla el mérito de una sola acción.
El mundo sólo es poderoso contra quienes lo temen; quienes arrostran sus amenazas y gritería hállanlo impotente. Es preciso, pues, decirse a menudo en el fondo del corazón: «Tiempo vendrá en que me veré abandonado de todo el mundo, privado de consejo y estímulo, recelado de mis superiores y condenado por mis iguales; situación que no temeré porque tan sólo necesito de Jesús. De antemano hago sacrificio de estima, del afecto y de la confianza de cuantos me son caros, y mi único cuidado será no sustraerme a la obediencia. Cuanto más rechazado me vea por las criaturas, tanto más me estrecharé con Jesús. El solo conoce la rectitud de mis intenciones y la sencillez de mi corazón».
Este acto, renovado con frecuencia, en tiempo de oración, crea en el alma gran libertad de corazón y santa independencia de toda apreciación humana. Aun cuando vengan la persecución, la denigración, el abandono de los amigos, la desconfianza de los superiores, nada de ello llega al alma. Pasó ya las esferas en que las nubes pueden oscurecer su cielo y vive en las regiones serenas en que siempre esplende el sol. Ante esa serenidad, esa calma imperturbable y esta igualdad inalterable de ánimo hállase impotente la contradicción y la persecución se ve desarmada.
Dios, además, no deja indefensa al alma, pues cuanto más se abandona a Él, tanto más la toma Él bajo su dirección y cuanto más desprecia sus propios intereses y su justificación personal, tanto más se ocupa Dios de su defensa y de su adelantamiento espiritual.
Hasta hace el Señor que sirvan a sus designios sus mismos enemigos. Sus calumnias, maledicencias, violencias o astucias contribuyen a esclarecer la inocencia o la rectitud del alma perseguida.
¡Admirable secreto el de estar siempre defendida de todas las injurias y todas las injusticias! Para ello no tiene el alma más que entregarse a Dios, confiarle todos sus cuidados e intereses, y reservarse tan sólo el amarle a Él, y el cielo entero se sentirá obligado a ella, poniéndose en movimiento para defenderla.
¡Oh Jesús!, bien sencilla es, por lo tanto, mi conducta en las contradicciones y persecuciones. Nada he de hacer más que arrojarme en vuestros brazos, confiaros mi defensa y amaros. El cielo y la tierra perecerán antes que el alma que ha puesto su confianza en Vos.
De ahí que nunca cambie la obligación del alma interior. En medio de la abundancia, del éxito, de los consuelos, de la luz, de la aprobación de los hombres, no tiene más que un acto: el don integral de sí, a Jesús. En medio de las tinieblas, la miseria, las críticas y las adversidades, sólo la preocupa un acto: entregarse a Dios con ardoroso impulso de amor. Ese es todo su secreto y toda su sabiduría.

Oración

En ti, Madre beatísima, saludamos a la vida verdadera. Lo fuiste venciendo con tu humildad la muerte que nos había traído la soberbia, granjeándonos la vida de la gracia y dando a luz al que es vida de la gloria. Y no hay duda que aun a la vida nuestra natural alcanzan los rayos de la plenitud de vida que está en ti; a donde quiera que hay muerte allí acudes tú presurosa para contrariar sus efectos y arrancarle de las manos sus triunfos. Vida eres, pues que buscas vivificar a muertos. Vida eres que ni a la muerte temes, ni te muestras avara en repartir fuerzas para vencerla. Por donde no es de maravillar que a los mortales les venga por ti la inmortalidad y a los desheredados el pleno goce de sus derechos de hijos (S.Buenaventura).

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Jaime Solá Grané

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